Capítulo 2: En el mundo opuesto

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Aquí expongo el segundo capítulo de mi primera novela:


2
De Policía a Criminal

Lyon, Francia, diciembre de 2007

   Alrededor de las ocho de la mañana del día siguiente, el sonido de un teléfono, aunque con dificultad, consiguió despertar a Axel. Agotado, éste intentó recordar lo que pasó aquella noche, sin conseguirlo. Se incorporó lentamente, a regañadientes, bañado en sudor, preguntándose quién le llamaría y maldiciendo el molesto sonido que le sacó del letargo, cuyo volumen le pareció inusualmente elevado.
   Lo primero que notó fue que el mareo había desaparecido, pero en su lugar ahora sentía una fuerte jaqueca y nauseas, y que tenía la garganta seca.
   Al pretender levantar una mano para tocarse la cabeza y tratar de rebajar el dolor, se percató de que tenía algo en la mano derecha.
   “¿Un cuchillo de cocina?” pensó alarmado al ver el utensilio.
   El afilado objeto tenía la hoja cubierta de sangre, algo que el inspector, acostumbrado a verla, reconocía al instante. En ese momento recordó que Denise había estado en su cama y miró hacia el otro lado del lecho, esperando ver allí a su amiga. Temía encontrarla herida o muerta.
   Ella no estaba allí. En su lugar vio manchas de sangre en el colchón, allí donde ella había yacido.
   “¿Qué coño pasa aquí?”
   Miraba a su alrededor, aterrorizado e irritado al comprobar que no podía pensar con claridad mientras intentaba sobreponerse a la jaqueca.
   –¡¿Denise?! –Llamó a su amiga, esperando que ésta apareciera o respondiera.
   Ella no dio señales de vida.
   Olvidándose del teléfono, vio que, además de en el cuchillo, también tenía sangre en ambas manos. Dejó el cuchillo sobre la cama y fue al baño rápidamente para lavarse las manos y la cara, la cual, para su sorpresa, tenía manchada de maquillaje. Permaneció unos instantes apoyado en el lavabo, mirándose en el espejo. Contempló su pálida faz mientras cavilaba sobre la situación y deseaba que aquello sólo fuera una broma macabra de su amiga.
   Cuando Axel salió del baño, tratando de tranquilizarse para pensar mejor, volvió al dormitorio. Allí no vio más que el sujetador y las medias de Denise. Al recordar de nuevo el teléfono –que no había dejado de sonar–, se dio cuenta de que no era suyo. Éste parecía sonar desde el salón, por lo que al principio pensó que era su teléfono fijo. Sin embargo, no reconoció el sonido. Siguió el molesto ruido con paso inseguro, temiendo lo que podría encontrar. Se sorprendió de nuevo al ver un teléfono móvil grande, un modelo antiguo y poco discreto que estaba en una bolsa de plástico en la mesa del salón junto a unos billetes de avión.
   “¿Qué es esto? No debe ser de Denise”, se dijo.
   Empezaba a sospechar que alguien que no era su amiga hubiera entrado en su casa. Considerando esa posibilidad, se apresuró a ir hasta la puerta de su vivienda para comprobar si la habían forzado. Incluso probó a abrir y cerrar con llave, pero tanto la cerradura como la puerta parecían estar en perfecto estado. Así que volvió al salón.
   En el sofá seguían también el abrigo y el bolso de Denise, que no parecían haber sido manipulados desde que ella los dejase allí cuando llegaron al apartamento aquella noche. Sin prestar atención a los billetes, cogió el terminal y miró la pantalla. “Número privado”, leyó con suspicacia. Aunque estaba casi seguro de que no sería ella, suplicó que fuera Denise quien estuviera al otro lado de la línea. Luego respondió a la llamada.
   –¿Sí? –dijo casi en un susurro.
   –¡Axel, ayúdame! –era la voz de Denise.
   –¡¿Denise?! –El inspector trató de hablar con su amiga–. ¡¿Dónde estás?! ¡¿Qué está pasando?!
   Pero entonces una voz masculina intervino en la conversación.
   –Escuche atentamente, señor Bouvier –dijo el individuo de forma tranquila pero tajante, en correcto francés pero con acento extranjero–, y no haga preguntas. Como ve, tenemos a la chica. Siga mis instrucciones o nos aseguraremos de que sea condenado por su asesinato y le enviaremos trozos de ella por correo poco a poco. Nos hemos asegurado de que usted parezca culpable del homicidio, así que le sugiero que salga de su apartamento sin demora, antes de que le cojan sus compañeros de la policía, quienes, por cierto, se dirigen hacia su vivienda mientras hablamos. Solo tiene un máximo de dos horas para hacer lo que le digo. En el sofá de su salón podrá ver unos billetes de avión con los que volará a París para después ir a la caribeña isla de Barbados. Recibirá más instrucciones después de esto mediante el teléfono que tiene ahora en la mano. Coja ese teléfono y los billetes y deje su propio terminal allí, pues, como sabrá, pueden localizarle mediante él. Creo que agradecerá salir del país mientras la policía le busca. En Barbados irá al hotel The Crane Residential Resort. Allí buscará a una mujer llamada Navista. Ella será su acompañante, inspector. Supongo que se imaginará lo que le pasará a su amiga si le ocurre algo a Navista o si la fuerza para sonsacarle alguna información comprometida. Haga todo lo que ella le diga sin rechistar. Cuanto más atento sea con ella y más servicial sea, más puntos ganará para recuperar a su chica. Recibirá más instrucciones cuando la haya encontrado.
   “¿Puntos? ¿Qué es esto? ¿Un maldito juego?”
   –¿Quién es usted? ¿Y qué aspecto tiene esa Navista? –trató de indagar antes de que su interlocutor colgase el teléfono. Quería conocer al menos el aspecto de la mujer que debía encontrar. Pero éste no respondió a ninguna de sus preguntas.
   –A ella le gusta jugar, inspector. Tendrá que encontrarla usted sin ninguna información. Pero no se moleste en intentar encontrar su dormitorio. No estará en él. A no ser que llegue allí por la noche. En cuyo caso es mejor que no la moleste –Después su tono pasó a ser despreciativo–. Sabemos muchas cosas sobre usted, recién nombrado inspector –Al decir eso, Axel se preguntó cómo podría aquel hombre saber de su ascenso. Luego pensó que podría habérselo contado Denise–. Todo lo que va a tener que hacer a partir de ahora es como pago por la deuda que tiene con nosotros. Si pide ayuda a sus amigos, o si intenta jugárnosla de algún otro modo, o si tarda demasiado en hacer lo que le digo –y no me importa si es porque la policía le ha retenido o por cualquier otra razón–, su amiga morirá también. Le agradecería que no llevara armas. Y recuerde... Le estamos vigilando –dijo ahora el misterioso personaje a modo de advertencia–. Suerte, señor Bouvier.
   Cuando su interlocutor colgó el teléfono, Axel se separó el terminal del oído lentamente mientras repasaba mentalmente lo que le había dicho y colgó también.
   “Una deuda... –Pensaba que la deuda estaría relacionada con la captura de Petrov. Miró a su alrededor–. Tiene razón. ¿Cómo iba a desmentir esto? ¡Maldita sea!” se dijo mientras pensaba rápidamente en lo que haría a continuación, maldiciendo a quienes se habían llevado a su amiga.
   Una fuerte sensación combinada de ira y estrés se estaba apoderando de él. Dejó el teléfono de nuevo sobre la mesa, se apresuró a vestirse con una camisa sencilla, unos pantalones vaqueros, una chaqueta y unas zapatillas deportivas. Cogió su cartera, sus llaves y su reloj de pulsera. Cogió también la pequeña agenda en la que tenía apuntados los números de teléfono de sus conocidos, memorizó el número de Marcus y la dejó donde estaba, pues seguramente sus enemigos se la arrebatarían si la encontraban. Luego se dirigió otra vez al salón para coger el nuevo teléfono y los billetes de avión.
   “Seguro que está pinchado y quién sabe qué más”, se dijo al observar el terminal.
   Se preguntó también si debía coger su arma, pero descartó la idea recordando la “sugerencia” del misterioso individuo. Iba a echar un vistazo al bolso de Denise por si encontraba algo útil, pero recordó que podrían aumentar las pruebas de su supuesto delito al dejar allí sus huellas. Además no sabía de cuánto tiempo disponía antes de que llegase la policía, por lo que se apresuró a salir del apartamento sin más dilación. Tampoco quiso coger su coche. No le hacía ninguna gracia tener que escapar de un supuesto crimen que ni siquiera había cometido, pues sólo conseguía delatarse como culpable, pero no tenía elección.
   Antes de alejarse del edificio, oyó las sirenas de la policía, por lo que dedujo que le buscaban a él. Entró en un bar que había cerca para ocultarse, lo que aprovechó para tomarse un café rápidamente, tratando de librarse del dolor de cabeza que aún le torturaba.
   Al terminar el café, salió del bar, asegurándose de que no le viera la policía y le apresuró a meterse por una calle por la que no hubiera agentes. Entonces buscó un taxi para dirigirse al aeropuerto.

Primer capítulo aquí.
Tercer capítulo aquí
Cuarto capítulo aquí.

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