Capítulo 3: En el mundo opuesto
El tercer capítulo de mi novela En el mundo opuesto:
3
Nuevo Hogar
Lyon, Francia, diciembre de 2007
La noche en que estuvo con Axel, Denise fue arrancada a la fuerza de la cama mientras dormía y sacada del apartamento del inspector por tres hombres vestidos con elegantes trajes y acento extranjero, equipados con pasamontañas, guantes y pistolas con silenciador.
Mientras la arrastraban fuera del lecho, llamó a gritos a su amigo intentando liberarse de las fuertes garras de sus secuestradores. A pesarde su esfuerzo, el inspector no hizo el menor movimiento.
Mientras la arrastraban fuera del lecho, llamó a gritos a su amigo intentando liberarse de las fuertes garras de sus secuestradores. A pesarde su esfuerzo, el inspector no hizo el menor movimiento.
Tras hacerla callar con la amenaza de que la matarían a ella y al inspector si les daba problemas, los intrusos le hicieron ponerse nada más que su minifalda y sus zapatos, lo justo para sacarla de allí cuanto antes sin llamar la atención, dejando todo lo demás en el apartamento. Ella lloraba impotente, y deseaba abalanzarse sobre Axel para zarandearlo en un intento desesperado de obligarle a despertar y conseguir su ayuda.
–¿Está muerto? –preguntó a sus captores, algo más calmada cuando se cercioró de que nadie la ayudaría.
–No, pero lo estará si no colaboras –contestó uno de los hombres.
–¡¿Qué le habéis hecho?!
–Tranquila, guapa. Tu novio despertará pronto –dijo el tipo, burlón.
–¿Está muerto? –preguntó a sus captores, algo más calmada cuando se cercioró de que nadie la ayudaría.
–No, pero lo estará si no colaboras –contestó uno de los hombres.
–¡¿Qué le habéis hecho?!
–Tranquila, guapa. Tu novio despertará pronto –dijo el tipo, burlón.
Uno de los hombres registró el bolso de la francesa y cogió su teléfono móvil para obligarla a revelarles cuál era el número de Axel y después devolver el dispositivo a su lugar. Luego le extrajeron sangre con una jeringuilla.
–¿Para qué es eso? –preguntó ella, asustada, cuando vio la aguja. Temía que pretendieran inyectarle algo.
–¡Cállate! –fue lo único que obtuvo por respuesta.
–Escucha, guapa –dijo otro de los secuestradores, agarrando con fuerza a Denise por la cara, obligándola a mirarle, cuando se disponían a dejar el apartamento–. Si te portas bien y tu... amigo colabora, volveréis a veros. ¿Vas a ser una buena chica?
La aludida asintió sumisa, y dejó que aquellos sujetos se la llevaran, cogiéndola firmemente uno de ellos por los brazos. Estaba segura de que no dudarían en golpearla si se resistía.
La secuestrada se helaba por el frío por la poca ropa que llevaba cuando dejaron el edificio fingiendo normalidad. Todavía no había amanecido, aunque poco faltaba, y esperaron en la calle hasta que llegase una furgoneta que les llevaría al aeropuerto.
–¿Quiénes sois? –trató de indagar ella sin levantar la voz cuando estaban ya en el vehículo, después de que los hombres le preguntasen por su nombre, su oficio y otra información personal mientras uno de ellos anotaba los datos en una pequeña libreta–. ¿Por qué hacéis esto? ¿Es por Axel?
–Así es, guapa –respondió uno de los secuestradores–. Tu novio tiene una importante deuda con nosotros. Más le vale pagarla si quiere volver a verte de una pieza. Si él hace alguna estupidez, tú mueres. Y si tú haces alguna estupidez, como intentar escapar, por ejemplo, él muere. No lo olvides y sé una buena chica.
Ya en el aeropuerto, la llevaron hasta un pequeño avión privado. Denise esperaba que el interior del transporte estuviera en algún estado desagradable o incómodo, pero se sorprendió al ver que estaba impoluto, ordenado y lleno de lujos.
Volaron desde Lyon hasta la ciudad ucraniana de Odessa. Allí volvieron a viajar en otra furgoneta hasta un bar, en cuyo sótano esperaban a la mujer tres hombres armados, sin pasamontañas. Éstos le hicieron ponerse frente a ellos, junto a una pared. Tras ofrecerle una copa con alguna bebida alcohólica que le obligaron a beber, la obligaron a desnudarse para examinarla mientras dialogaban entre ellos en un idioma desconocido. Ella intentaba controlar los temblores provocados por el frío. Intentó tapar sus pechos tímidamente, pero se lo impidieron, por lo que mantuvo los brazos cruzados bajo el busto. Al menos pudo agradecer haberse mantenido puesta la colorada lencería inferior.
“Me van a prostituir”, se dijo convencida, y ese pensamiento la hizo caer en un fuerte llanto que intentó reprimir mordiéndose el labio inferior y cerrando los ojos con fuerza.
Los hombres la estudiaron durante un par de largos minutos, hasta que el que parecía ser el cabecilla se acercó a ella, la observó durante unos segundos más de arriba abajo y acarició uno de sus senos con los nudillos de una mano. Su mirada era indiferente, serena. Aunque creía que su situación no podría empeorar mucho más, a Denise le avergonzaba que su pezón pudiese endurecerse por el contacto de ese hombre y que eso se notase.
“No puedo excitarme, no puedo excitarme...”, suplicó.
Intentaba controlar su cuerpo. Quería evitar a toda costa cualquier satisfacción que pudiese proporcionarle a esa gente.
–¿Hablas inglés? –preguntó el hombre en tono amable, en el idioma anglosajón pero con acento extranjero, mientras la tocaba. La francesa asintió–. ¿Has estado ya con un hombre?
Denise dudó. Intentó pensar en qué respuesta le habría convenido más. Finalmente resolvió decir la verdad y volvió a asentir.
El individuo siguió acariciándola con expresión impasible, con movimientos lentos y suaves sin decir nada más durante unos segundos, provocándole su contacto un escalofrío a la francesa, hasta que la obligó a darse la vuelta para seguir examinándola. Ella cerró los ojos manteniéndose erguida, como si esperara que así aquella embarazosa situaciónterminara antes. El tipo le bajó la lencería inferior, solo lo suficiente para descubrir sus atributos y palpar sus nalgas durante otro rato antes. Ella sintió un pinchazo de miedo. Después aquel devolvió la prenda a su posición original. Sus manos eran rugosas. Su contacto, desagradable.
Cuando terminó, el tipo ordenó que la llevaran con las chicas de su edad en esa misma ciudad y la hicieran ejercer allí hasta nueva orden. Además sugirió que le proporcionasen más ropa.
Enviaron a Denise a un apartamento en el que conviviría con otras mujeres en su misma situación y el cual ellas mismas debían ocuparse de mantener limpio, lavar y planchar su ropa y otras tareas domésticas durante el día. Por las noches serían obligadas a prostituirse.
No tenían teléfono. Sólo podían salir del apartamento por la noche, cuando los hombres que se ocupaban de ellas enviaban a cada una a distintas ubicaciones de la ciudad. Eran esos hombres quienes tenían la llave del piso. Si las chicas necesitaban algo, debían pedírselo a ellos.
Con Denise, eran seis las mujeres que convivirían allí, durmiendo juntas en una habitación con literas. Entre ellas había dos ucranianas, una checa, una búlgara y una polaca, y se comunicaban entre ellas en inglés, aunque les costaba entenderse, pues unas dominaban el idioma anglosajón mejor que otras.
Mientras trataba de conocer a sus compañeras, la francesa comprobó que las ucranianas eran las más asustadas además de las únicas que tenían algún moratón en la cara. Eran también las más ariscas. Con las demás pudo entablar más amistad, pero especialmente con la checa, Anezka, con quien mejor se entendía. Ésta era una joven y pelirroja mujer de veinticuatro años con numerosos lunares en el rostro, una estudiante de medicina quien, aun consciente de la nefasta situación en la que se encontraban, trataba siempre de mantener la alegría, o al menos cuando estaban las chicas solas. Eso hizo suponer a Denise que, en una situación normal, aquella chica debía ser muy carismática. Al menos hasta que fue secuestrada.
Anezka fue quien le explicó a Denise todo lo que debía saber sobre su nueva vida, como las tarifas, la sumisa manera de comportarse con sus proxenetas y los clientes y las reglas de convivencia entre ellas. En los momentos de mayor desánimo, trataban de animarse la una a la otra.
Denise y la checa siempre conversaban cuando estaban juntas en el apartamento.
–¿Cómo has acabado tú aquí? –preguntó Anezka el día en que se conocieron.
–Quieren que un amigo mío les pague una deuda –respondió Denise, con tristeza y la cabeza baja–. Dicen que si lo hace, me soltarán.
En ese momento el semblante de la alegre checa se ensombreció.
–Qué suerte. A mí me sorprendieron en el aeropuerto de Praga. Unos hombres de dijeron que debía ir con ellos. Que era una emergencia. Que mi madre estaba enferma de gravedad. Sabían quienes éramos. No han dicho nada de soltarme. No me han dicho nada. No sé nada de mi familia desde hace meses. ¿Cómo te cogieron?
–¿Para qué es eso? –preguntó ella, asustada, cuando vio la aguja. Temía que pretendieran inyectarle algo.
–¡Cállate! –fue lo único que obtuvo por respuesta.
–Escucha, guapa –dijo otro de los secuestradores, agarrando con fuerza a Denise por la cara, obligándola a mirarle, cuando se disponían a dejar el apartamento–. Si te portas bien y tu... amigo colabora, volveréis a veros. ¿Vas a ser una buena chica?
La aludida asintió sumisa, y dejó que aquellos sujetos se la llevaran, cogiéndola firmemente uno de ellos por los brazos. Estaba segura de que no dudarían en golpearla si se resistía.
La secuestrada se helaba por el frío por la poca ropa que llevaba cuando dejaron el edificio fingiendo normalidad. Todavía no había amanecido, aunque poco faltaba, y esperaron en la calle hasta que llegase una furgoneta que les llevaría al aeropuerto.
–¿Quiénes sois? –trató de indagar ella sin levantar la voz cuando estaban ya en el vehículo, después de que los hombres le preguntasen por su nombre, su oficio y otra información personal mientras uno de ellos anotaba los datos en una pequeña libreta–. ¿Por qué hacéis esto? ¿Es por Axel?
–Así es, guapa –respondió uno de los secuestradores–. Tu novio tiene una importante deuda con nosotros. Más le vale pagarla si quiere volver a verte de una pieza. Si él hace alguna estupidez, tú mueres. Y si tú haces alguna estupidez, como intentar escapar, por ejemplo, él muere. No lo olvides y sé una buena chica.
Ya en el aeropuerto, la llevaron hasta un pequeño avión privado. Denise esperaba que el interior del transporte estuviera en algún estado desagradable o incómodo, pero se sorprendió al ver que estaba impoluto, ordenado y lleno de lujos.
Volaron desde Lyon hasta la ciudad ucraniana de Odessa. Allí volvieron a viajar en otra furgoneta hasta un bar, en cuyo sótano esperaban a la mujer tres hombres armados, sin pasamontañas. Éstos le hicieron ponerse frente a ellos, junto a una pared. Tras ofrecerle una copa con alguna bebida alcohólica que le obligaron a beber, la obligaron a desnudarse para examinarla mientras dialogaban entre ellos en un idioma desconocido. Ella intentaba controlar los temblores provocados por el frío. Intentó tapar sus pechos tímidamente, pero se lo impidieron, por lo que mantuvo los brazos cruzados bajo el busto. Al menos pudo agradecer haberse mantenido puesta la colorada lencería inferior.
“Me van a prostituir”, se dijo convencida, y ese pensamiento la hizo caer en un fuerte llanto que intentó reprimir mordiéndose el labio inferior y cerrando los ojos con fuerza.
Los hombres la estudiaron durante un par de largos minutos, hasta que el que parecía ser el cabecilla se acercó a ella, la observó durante unos segundos más de arriba abajo y acarició uno de sus senos con los nudillos de una mano. Su mirada era indiferente, serena. Aunque creía que su situación no podría empeorar mucho más, a Denise le avergonzaba que su pezón pudiese endurecerse por el contacto de ese hombre y que eso se notase.
“No puedo excitarme, no puedo excitarme...”, suplicó.
Intentaba controlar su cuerpo. Quería evitar a toda costa cualquier satisfacción que pudiese proporcionarle a esa gente.
–¿Hablas inglés? –preguntó el hombre en tono amable, en el idioma anglosajón pero con acento extranjero, mientras la tocaba. La francesa asintió–. ¿Has estado ya con un hombre?
Denise dudó. Intentó pensar en qué respuesta le habría convenido más. Finalmente resolvió decir la verdad y volvió a asentir.
El individuo siguió acariciándola con expresión impasible, con movimientos lentos y suaves sin decir nada más durante unos segundos, provocándole su contacto un escalofrío a la francesa, hasta que la obligó a darse la vuelta para seguir examinándola. Ella cerró los ojos manteniéndose erguida, como si esperara que así aquella embarazosa situaciónterminara antes. El tipo le bajó la lencería inferior, solo lo suficiente para descubrir sus atributos y palpar sus nalgas durante otro rato antes. Ella sintió un pinchazo de miedo. Después aquel devolvió la prenda a su posición original. Sus manos eran rugosas. Su contacto, desagradable.
Cuando terminó, el tipo ordenó que la llevaran con las chicas de su edad en esa misma ciudad y la hicieran ejercer allí hasta nueva orden. Además sugirió que le proporcionasen más ropa.
Enviaron a Denise a un apartamento en el que conviviría con otras mujeres en su misma situación y el cual ellas mismas debían ocuparse de mantener limpio, lavar y planchar su ropa y otras tareas domésticas durante el día. Por las noches serían obligadas a prostituirse.
No tenían teléfono. Sólo podían salir del apartamento por la noche, cuando los hombres que se ocupaban de ellas enviaban a cada una a distintas ubicaciones de la ciudad. Eran esos hombres quienes tenían la llave del piso. Si las chicas necesitaban algo, debían pedírselo a ellos.
Con Denise, eran seis las mujeres que convivirían allí, durmiendo juntas en una habitación con literas. Entre ellas había dos ucranianas, una checa, una búlgara y una polaca, y se comunicaban entre ellas en inglés, aunque les costaba entenderse, pues unas dominaban el idioma anglosajón mejor que otras.
Mientras trataba de conocer a sus compañeras, la francesa comprobó que las ucranianas eran las más asustadas además de las únicas que tenían algún moratón en la cara. Eran también las más ariscas. Con las demás pudo entablar más amistad, pero especialmente con la checa, Anezka, con quien mejor se entendía. Ésta era una joven y pelirroja mujer de veinticuatro años con numerosos lunares en el rostro, una estudiante de medicina quien, aun consciente de la nefasta situación en la que se encontraban, trataba siempre de mantener la alegría, o al menos cuando estaban las chicas solas. Eso hizo suponer a Denise que, en una situación normal, aquella chica debía ser muy carismática. Al menos hasta que fue secuestrada.
Anezka fue quien le explicó a Denise todo lo que debía saber sobre su nueva vida, como las tarifas, la sumisa manera de comportarse con sus proxenetas y los clientes y las reglas de convivencia entre ellas. En los momentos de mayor desánimo, trataban de animarse la una a la otra.
Denise y la checa siempre conversaban cuando estaban juntas en el apartamento.
–¿Cómo has acabado tú aquí? –preguntó Anezka el día en que se conocieron.
–Quieren que un amigo mío les pague una deuda –respondió Denise, con tristeza y la cabeza baja–. Dicen que si lo hace, me soltarán.
En ese momento el semblante de la alegre checa se ensombreció.
–Qué suerte. A mí me sorprendieron en el aeropuerto de Praga. Unos hombres de dijeron que debía ir con ellos. Que era una emergencia. Que mi madre estaba enferma de gravedad. Sabían quienes éramos. No han dicho nada de soltarme. No me han dicho nada. No sé nada de mi familia desde hace meses. ¿Cómo te cogieron?
–Se colaron en el apartamento ese amigo mío cuando estábamos los dos allí, durmiendo. Me secuestraron –Ahora la francesa hizo una pausa pensando en aquel desagradable momento–. Hacía unos dos años que no nos veíamos. Fui a verle este año por su cumpleaños. A él le hicieron algo, porque no se despertó mientras me llevaban a pesar del jaleo. Ni siquiera se movió. ¡Y yo gritaba y gritaba...! –El frustrante recuerdo la obligó a detenerse para llorar.
Anezka miraba a Denise boquiabierta, sorprendida por su historia.
–¿Quién es tu amigo? ¿A qué se dedica? –siguió indagando tras unos instantes.
–Es policía. No creo que pueda ayudarnos en este momento –añadió rápidamente Denise al intuir por la sonrisa llena de esperanza de la checa que diría algo sobre si el inspector pudiera ayudarlas–. No sé dónde estará él ahora mismo. No sé si seguirá en Francia. Y ni siquiera sabrá dónde estoy yo –en ese momento, Denise recordó lo que Axel le dijo–. Antes de que me cogieran me contó que había capturado al líder de una importante red de tráfico de drogas y prostitución. Quizá sea esta misma red en la que estamos atrapadas. Puede que su deuda esté relacionada con eso.
Anezka miraba a Denise boquiabierta, sorprendida por su historia.
–¿Quién es tu amigo? ¿A qué se dedica? –siguió indagando tras unos instantes.
–Es policía. No creo que pueda ayudarnos en este momento –añadió rápidamente Denise al intuir por la sonrisa llena de esperanza de la checa que diría algo sobre si el inspector pudiera ayudarlas–. No sé dónde estará él ahora mismo. No sé si seguirá en Francia. Y ni siquiera sabrá dónde estoy yo –en ese momento, Denise recordó lo que Axel le dijo–. Antes de que me cogieran me contó que había capturado al líder de una importante red de tráfico de drogas y prostitución. Quizá sea esta misma red en la que estamos atrapadas. Puede que su deuda esté relacionada con eso.
Dos días después de ser secuestrada, Denise no pudo aguantar más su situación, a someterse al contacto y a las obscenidades de un degenerado tras otro. Tuvo un ataque de ira estando con un cliente. Le agredió con uno de sus zapatos de tacón, provocándole múltiples heridas en cara y brazos. Tras aquello, queriendo evitar agredirla físicamente porque las marcas podían quitarles clientes, sus proxenetas la encerraron en el congelador de un restaurante en ropa interior durante unos cinco minutos, con la amenaza de que si abría la boca, su estancia allí se prolongaría, y que si volvía a repetirse el episodio de la agresión, la dejarían allí hasta que muriese congelada. Allí Denise pasó el tiempo acurrucada en un rincón frotándose los brazos y las piernas, en un intento desesperado por darse calor.
Cuando su gélido castigo terminó, fue devuelta al apartamento. Al ver que temblaba y tenía mal aspecto, Anezka comprobó que estaba enferma. Le dijo que se acostara en la cama y trató de ayudarla, sirviéndose de sus conocimientos de medicina y de los recursos de los que disponía.
Por la noche del día siguiente, la checa fue abofeteada tras intentar convencer insistentemente a sus proxenetas de que dejasen a Denise quedarse en la casa esa noche por estar en malas condiciones, pero igualmente obligaron a la francesa a ejercer.
–Nos debe dinero por lo de anoche –gruñeron.
Así que la enferma tuvo que pasar aquella noche y las siguientes helándose en la calle, con un denso maquillaje cuyo propósito era tapar su mal aspecto. Aquello empeoró su estado.
De vez en cuando también obligaban a las esclavas sexuales a trabajar de camareras en clubes o discotecas. Uno de esos días por la noche, estando ya mejor de su enfermedad, Denise estaba de camarera en una discoteca, vestida con ropa muy poco recatada. Sus proxenetas le enseñaron algunas frases en ucraniano, frases relacionadas con pedir alguna
bebida, entre otras, para que pudiese atender a los clientes. Intentaba refrescarse como podía para combatir el agobiante calor del cargado ambiente, al igual que sus compañeras, durante las largas horas de la noche en las que debía permanecer allí. Desesperada por huir, pensó con tristeza en lo fácil que sería escabullirse sin ser vista mezclándose entre la multitud y, una vez fuera del local, buscar ayuda. Pero no olvidó la amenaza de que, si escapaba, Axel lo pagaría. Tampoco quería dejar a su nueva amiga Anezka allí, por lo que siguió con su trabajo con sumisión, forzando una sonrisa.
Otro de esos días, la francesa volvió a sentirse tentada de huir al presentársele otra oportunidad. En la misma discoteca, un cliente de origen estadounidense, con bigote, barba y largo pelo negro, intentó cortejarla. Ella barajó las posibilidades de irse con él en aquel momento y, una vez fuera de la discoteca, explicarle su situación esperando que él la ayudase. O contárselo todo directamente en el local esperando el mismo resultado, aprovechando que dominaba bien el inglés. Pero además de los mismos motivos que le impidieron huir anteriormente, aquella vez existía también la posibilidad de que el americano la tomara por loca. Se limitó a seguirle el juego hasta que tuvo que rechazar su oferta de invitarla a una copa en otro momento.
Cuando su gélido castigo terminó, fue devuelta al apartamento. Al ver que temblaba y tenía mal aspecto, Anezka comprobó que estaba enferma. Le dijo que se acostara en la cama y trató de ayudarla, sirviéndose de sus conocimientos de medicina y de los recursos de los que disponía.
Por la noche del día siguiente, la checa fue abofeteada tras intentar convencer insistentemente a sus proxenetas de que dejasen a Denise quedarse en la casa esa noche por estar en malas condiciones, pero igualmente obligaron a la francesa a ejercer.
–Nos debe dinero por lo de anoche –gruñeron.
Así que la enferma tuvo que pasar aquella noche y las siguientes helándose en la calle, con un denso maquillaje cuyo propósito era tapar su mal aspecto. Aquello empeoró su estado.
De vez en cuando también obligaban a las esclavas sexuales a trabajar de camareras en clubes o discotecas. Uno de esos días por la noche, estando ya mejor de su enfermedad, Denise estaba de camarera en una discoteca, vestida con ropa muy poco recatada. Sus proxenetas le enseñaron algunas frases en ucraniano, frases relacionadas con pedir alguna
bebida, entre otras, para que pudiese atender a los clientes. Intentaba refrescarse como podía para combatir el agobiante calor del cargado ambiente, al igual que sus compañeras, durante las largas horas de la noche en las que debía permanecer allí. Desesperada por huir, pensó con tristeza en lo fácil que sería escabullirse sin ser vista mezclándose entre la multitud y, una vez fuera del local, buscar ayuda. Pero no olvidó la amenaza de que, si escapaba, Axel lo pagaría. Tampoco quería dejar a su nueva amiga Anezka allí, por lo que siguió con su trabajo con sumisión, forzando una sonrisa.
Otro de esos días, la francesa volvió a sentirse tentada de huir al presentársele otra oportunidad. En la misma discoteca, un cliente de origen estadounidense, con bigote, barba y largo pelo negro, intentó cortejarla. Ella barajó las posibilidades de irse con él en aquel momento y, una vez fuera de la discoteca, explicarle su situación esperando que él la ayudase. O contárselo todo directamente en el local esperando el mismo resultado, aprovechando que dominaba bien el inglés. Pero además de los mismos motivos que le impidieron huir anteriormente, aquella vez existía también la posibilidad de que el americano la tomara por loca. Se limitó a seguirle el juego hasta que tuvo que rechazar su oferta de invitarla a una copa en otro momento.
Primer capítulo aquí.
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