Relato: Mar rojo


   Viajé a Florida por las vacaciones, en compañía de mi novia Karen y de nuestros amigos Declan y Sophia. Habíamos ido para bucear, para recorrer el fondo marino viendo los corales y los coloridos peces en compañía de un par de profesionales, Tom y Hannah.
   Ésta era una pareja agradable. Simpática, amable y atenta. Siempre preocupados por que estuviera todo en orden. Se notaba en el físico de ambos que pasaban mucho tiempo en el agua. Ella era una chica de unos veintiocho años, morena y atlética. Él podría ser algo mayor, de pelo negro largo, barba de varios días y fornido.

   Declan era el más entusiasmado por la aventura. Al menos al principio. Cuando no iba en bikini, la atractiva Hannah llevaba un pantalón muy corto y un ceñido polo de manga corta sin sostén. Seguro que eso influía en el ánimo de mi amigo. De hecho, estoy convencido de que intentó trabajársela.
   Yo nunca me sentí cómodo en el agua. No sé explicarlo, pero no me gustaba nada la sensación que me producía, así que únicamente buceé el primer día y por la insistencia de mi chica. Ella siempre intentaba que perdiera mi “miedo” al agua. Yo me quedaba el resto de días en la playa mientras los demás se mojaban. A Karen y Sophia les estaba encantando la experiencia. Mi chica estaba eufórica. El tercer día, yo estaba friéndome al sol tranquilamente. Estaba a punto de dormirme, cuando los desgarradores gritos de un hombre llamaron mi atención.
   El tipo pedía ayuda entre alaridos. Su agonía era terrible. Parecía que algo le impedía nadar hacia la orilla. Me puse en pie, inseguro, dispuesto a echar una mano. Varios hombres se me adelantaron. Cuando nadaban a toda velocidad hacia el tipo que gritaba, una mujer cercana empezó a gritar también. Chapoteaba y gritaba cuando lograba sacar la cabeza del agua.
   Me estaba acojonando. Karen y los demás seguían en el agua. Empecé a imaginar que habría medusas, tiburones… Cualquier cosa. El número de las víctimas iba aumentando una a una, hasta que vi que alguien, una persona, era la que provocaba el sufrimiento de una de las víctimas. Una chica se abalanzó sobre otra. No podía creérmelo, pero habría jurado que la mordía, que desgarraba su carne. La sangre brotaba con abundancia tiñendo el mar.
   La gente empezó a asustarse cuando descubrió lo que pasaba. Incluso abandonaron la idea de ayudar. Huían aterrorizados. Yo no me moví. Mientras esperaba el regreso de mis amigos, empecé a sospechar que el agua tenía algo que ver. Todos los que habían estado bañándose parecían estar volviéndose locos. Cuando éstos empezaron a salir del mar persiguiendo entre rugidos a los demás, decidí moverme, escapar. Aunque procuré no alejarme mucho de la playa con la intención de ayudar a mis amigos si aparecían.
   Desde una posición relativamente segura, observé. De repente vi a Sophia. Joder, ¡estaba devorando vivo a un hombre! Tenía que salir de allí. Había visto demasiado. Eché a correr con intención de dar por finalizadas las vacaciones y volver a casa. Entonces vi a Karen. Caminaba torpemente, como cojeando.
   –¡Karen! –llamé.
   No parecía peligrosa. Me miró. Por un momento no reaccionó. Fue como si no me reconociera, como si nunca me hubiera visto. Eso me hizo vacilar.
   –¿Estás bien? –pregunté, manteniendo cierta distancia.
   –No me encuentro bien –anunció ella entonces.
   Tenía mala cara. Estaba pálida.
   –¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Duncan?
   –Se han vuelto locos. Estábamos buceando. De repente Hannah y Tom atacaron a Duncan. ¡Se lo estaban comiendo vivo, Mat! ¡Bajo el agua! Tanta sangre, los gritos… Dios mío, fue horrible. Sophie y yo nadamos de vuelta a la playa. Entonces ella se lanzó sobre un hombre y empezó a morderle como un animal. ¿Qué está pasando?
   –Tenemos que irnos de aquí. Te llevaré a un hospital.
   La llevé lo más rápido que pude en busca de un lugar donde pudiesen socorrerla. Había algunas otras personas que arrastraban a heridos. De pronto noté que Karen disminuía la marcha.
   –Karen, vamos. Tenemos que seguir.
   No respondió. No vi más opción que cargar con ella en brazos. Amenas di diez pasos cuando empezó a agitarse de forma extraña. Eran una especie de convulsiones. Por un momento pensé en detenerme, pero necesitaba ayuda ya. Aceleré la marcha todo lo que pude. Karen abrió los ojos. Me miró fijamente, con la misma ausencia de conocimiento que antes.
   –Encontraremos ayuda –le prometí–. Te pondrás bien. No puedo perderte tambié…
   Mi novia me atacó con un gruñido salvaje. La solté para protegerme. Ella me mordió la mano.
   –¡AAAAAAH! ¡KAREN, PARA!
   Iba a arrancarme media mano. No había tiempo para pensar. Con la mano libre, empecé a golpear su cabeza una y otra vez contra un coche. No me soltó hasta que buena parte de su sangre pintaba el metal, hasta que logré romperle el cráneo con un crujido de lo más asqueroso y su cuerpo cayó sin vida.
   Sólo por un segundo me permití pensar en lo que había hecho. Contemplé el cuerpo inerte de Karen. Mierda, la había matado con mis propias manos… Miré mi mano y vi el hueso. Ahora era yo el que necesitaba ayuda. Corrí en busca de auxilio. Poco a poco, un hambre atroz se apoderaba de mí. Era como si alguna criatura me devorase por dentro. Poco a poco perdí el control de mi cuerpo.
   Perdí mi ser.

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