Mi cuarta novela: MANZANA DE HIERRO

Manzana de hierro

Mi cuarta novela, una obra fantástica de misterio y mitología griega, ya está publicada.

Sinopsis:
En una tranquila noche, y con mi esposa a punto de dar a luz, yo, Argus Thalassinos, fui atacado por una misteriosa mujer que me hace saber que estoy metido en algo tan grande como peligroso, algo relacionado con el pasado de Grecia.

ISBN: 978-1-304-93310-2

Disponible en Bubok.es, Lulu.com, Amazon y iBookStore.

Reseña de Rubén:
Aquí me encuentro con el primero de los libros de bubok escrito con un estilo más comercial, un libro puramente de acción y menos profundo que los anteriores de los que he hablado. Esto no es negativo, simplemente es un tipo distinto de novela, novela de aventuras moderna. Hay una característica que se repite y me llama la atención cada vez más: la primera persona en la narración. Para dar una idea muy rápida de este libro, diré que me recuerda a “El código Da Vinci”, acción, acción y acción. Es un libro rápido y de pura acción, si es que no lo he dicho, que personalmente me gusta más que “el código Da Vinci” porque me parece más original, no se limita a mantenerte durante todo el rato bajo la tensión de una persecución, sino que aporta un poco más. Tal como tengo por costumbre, no desvelaré nada del desarrollo del libro, para no quitar a los lectores el placer de descubrirlo por sí mismos, pero sí diré que es una mezcla un poco extraña de personajes e historias y que me resulta muy televisivo. Hay una cosa que me gusta especialmente de él y es que los personajes también reaccionan con personalidad propia y no como siempre parece que lo hacen en las historias más leídas y vistas en televisión, tan convencionales y previsibles. La dialéctica es más corriente que en los libros de los que he hablado antes, pero va acorde con el espíritu del libro, que se centra en los hechos y no en el interior de los personajes. Para mí, es un libro de entretenimiento que consigue su objetivo. Sin alardes lingüísticos ni sentimentales, me enganchó desde el principio, no me resultó aburrido en ningún momento y me divirtió hasta el final.
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PRÓLOGO

   ¿Por qué tuvo que pasarme todo aquello a mí?
   Una tranquila noche de sábado, había salido a cenar con unos amigos por Lárisa, mi ciudad natal. Era nuestro restaurante habitual, de paredes decoradas con pinturas de paisajes campestres, donde en ocasiones me habían hecho preguntarme cómo elaborarían tan deliciosos platos y donde los camareros eran los más agradables y eficientes que nos habíamos encontrado. Hasta el cocinero, un tipo obeso y bonachón, pasaba de tanto en tanto por las mesas para hablar y bromear con los clientes. Cuando pasaba por nuestra mesa, este hombre solía dirigirse con gran caballerosidad a las mujeres, especialmente a Leah. Incluso les besaba una mano.
   Leah, la encantadora y estilizada profesora de ciencias por la que siempre me sentí atraído, estaba allí, con su tan formal estilo de vestir, su armoniosa voz, su lenguaje sofisticado, su rostro afilado, sus oscuros aunque soñadores ojos almendrados, su pequeña nariz ligeramente orientada hacia arriba, su preciosa sonrisa, su corta melena lacia de color
castaño, y aquellas gafas graduadas que le daban aquel aspecto de intelectual que, a mis ojos, aumentaba su atractivo. Hasta eso de humedecerse los labios con la lengua de tanto en tanto cuando iba a hablar me resultaba encantador.
   Cuando ya volvíamos cada uno a su casa, Leah y yo paseamos un rato mientras hablábamos antes de despedirnos, ya que debíamos ir en la misma dirección. Me contó divertidas anécdotas de la Universidad de Tesalia, donde ella trabajaba, y yo apenas podía concentrarme en algo más que en no quedarme mirándola ensimismado como un imbécil. Me frustraba no tener yo gran cosa que contarle o que no la aburriera. Aunque con expresión algo ausente, ella miraba directamente a los ojos. Siempre. A todo el mundo. Eso me hacía sentirme obligado a mirarla también a los suyos, aunque entonces me preguntaba si no estaría siendo yo demasiado insolente. Quería decirle lo mucho que me gustaba, algo que tenía en la punta de la lengua desde hacía demasiado tiempo. El hecho de que ella estuviera con otro, con un compañero de la universidad, no me facilitaba las cosas.
   Con aquellos movimientos tan expresivos de las manos y con la más amplia de sus sonrisas, me estaba hablando de la sorpresa que una vez le dieron sus alumnos por su cumpleaños cuando un destello de luz iluminó el cielo, seguido de un fuerte sonido, como de una explosión, que hizo que ella buscase refugio cogiéndome del brazo. Nos detuvimos alarmados. No había sonado demasiado lejos de nuestra posición y el ruido fue tan fuerte que hizo que nos pitaran los oídos.
   –¿Qué ha pasado? –preguntó ella.
   –Vamos a verlo –sugerí.
   ¿Había caído un rayo? Ni siquiera había una sola nube en el cielo nocturno. Parecía más probable que hubiera caído una estrella. Seguimos a grupos de gente que, como nosotros, se dirigían al lugar en el que tuvo lugar el extraño suceso para descubrir que, en medio de la calzada, había un gran cráter de aproximadamente medio metro de profundidad y unos tres de diámetro. ¿Un rayo pudo hacer eso? Todo el mundo sospechaba que había caído un rayo, aunque muchos dudaban de que aquella fuerza de la naturaleza pudiese haber caído con tanta fuerza como para cavar semejante agujero en el suelo.
   En días posteriores, comunicarían en los informativos que el suceso de la extraña explosión no se produjo exclusivamente en Lárisa, sino que había ocurrido también en diversos lugares por toda Grecia, todos a la misma hora exacta.
   Al irme a la cama, pensé en el rostro de mi amiga por última vez antes de sumirme en el sueño, como tantas veces había hecho. Esa noche reflexioné también sobre aquel rayo, que había caído de la nada y que tan cerca estuvo de caernos encima. ¿Qué habría quedado de nosotros en tal caso? La idea consiguió mantenerme en vela largo rato.
   Cuando por fin empezaba a perder la consciencia, fui interrumpido. Alguien llamaba al timbre. Preguntándome entre maldiciones quién llamaría a mi puerta a casi las dos y media de la noche, decidí ignorarlo para seguir durmiendo. La insistencia de aquel que me molestaba acabó obligándome a salir de las sábanas. Cogí un cuchillo de cocina antes de acercarme a la puerta. Al mirar por la mirilla, comprobé que era Leah.
   “¿Qué hace aquí ahora?” me pregunté atónito.
   Volví a dejar el cuchillo en su sitio antes de abrir la puerta. Al verme, ella sonrió, aunque no parecía demasiado alegre.
   –¿Qué haces aquí? –indagué–. ¿Pasa algo?
   –Siento venir a estas horas, Argus, pero necesitaba hablar contigo en persona –explicó ella–. Será un mal momento, lo sé. No he podido esperar hasta mañana para verte.
   No iba a pedirle que se fuera después de haber aparecido ante mi puerta y en plena noche. ¿Qué sería tan urgente? ¿Debía preocuparme? Lamentando que me viera en pijama, la invité a pasar hasta mi incómodo sofá. Se mostró extrañamente reflexiva.
   –¿Qué pasa, Leah? –pregunté inquieto al ver que ella vacilaba–. ¿Va todo bien?
   Me contó que acababa de romper son su pareja porque se dio cuenta de que era a mí a quien amaba. No supe qué decir. Me quedé completamente perplejo. Había esperado durante mucho tiempo un momento como aquel. Bueno... En realidad lo deseé. Nunca habría esperado que llegase. Ahora que había llegado, fui incapaz de reaccionar. Me sentí un completo idiota. Tenerla ante mí, a solas, en mi apartamento y tras aquella revelación, me impedía pensar. Parecía ser mi oportunidad, pero... ¿por qué le interesaría a alguien como ella alguien como yo? Yo no era más que un anodino cocinero de treinta y cuatro años, con algún kilo de más, lacio pelo marrón, ojos oscuros... ¿Cómo iba a hacerla feliz? ¿Y desde cuándo sentía ella eso por mí? Nunca vi nada que me hiciera sospechar, y casi podría decir que conocía al detalle cada poro, cada expresión de su rostro.
   A partir del año siguiente, algunos de mis conocidos empezaron a caer afectados por diversas causas. En primer lugar, mi amigo Demetrius empezó a envejecer años en cuestión de días, y la depresión acompañaba a la vejez. Le internamos en un hospital, pero nadie sabía qué le pasaba. Nadie en todo el mundo. Nunca se había visto un caso como el suyo. No parecía haber razón alguna para que envejeciera así, y eso nos asustaba aún más a todos. Unos días después de lo de Demetrius, mi amiga Chloe, una alegre locutora de radio, empezó a sentirse incapaz de trabajar. Había dejado de ser la misma. Se mantenía callada, observando en tensión cada uno de nuestros movimientos, y se sobresaltaba con casi cualquiera de ellos, como si estuviera asustada por algo o como si la asustase absolutamente todo. Al preguntarle qué le pasaba, sólo nos exigía que nos fuésemos, amenazando con irse ella de su propia casa si nos negábamos. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso Demetrius y Chloe se habían infectado con algo? ¿Nos habría ocurrido los demás también? ¿Y si era cuestión de tiempo que yo, o incluso Leah, mostrásemos algún síntoma extraño?
   Cerca de un año y medio después de el suceso de aquellos presuntos rayos, varios personajes, hasta entonces desconocidos, habían adquirido gran fama o puestos de poder en el país, y yo estaba felizmente casado con Leah, con quien estaba también a punto de formar nuestra propia familia, en nuestro nuevo chalé. Siempre le agradecería a mi amigo Demetrius el habérmela presentado. A pesar del tiempo transcurrido y las experiencias compartidas, seguía sin creerme que esa mujer estuviera a mi lado cada vez que la veía. Me sentía como en un sueño del que temía despertar. Nuestra unión había sido tan extraña, tan... repentina. Una noche estaba yo durmiendo plácidamente junto a mi preciosa esposa, cuando algo me despertó. Fue una sensación extraña. Habría jurado que estaba todo en orden, pero algo me mantuvo alerta, como si estuviera bajo la amenaza de un peligro. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza. Me incorporé despacio para examinar la situación. Observé el dormitorio. Miré incluso bajo la cama, sin encontrar nada inusual. Mantuve la respiración un momento para escuchar. ¿Había entrado alguien en la casa? No oí más que la plácida respiración de mi mujer y mi violento pulso. Habría vuelto a acostarme, pero sentí la obligación de salir del lecho con cuidado y comprobar que realmente estaba todo bien. No quise despertar a Leah. Cogí mi katana, la que me habían regalado hacía años debido a mi afición por las artes marciales y las civilizaciones antiguas, y salí del cuarto para inspeccionar. Me asomé a cada una de las estancias a las que me acercaba, llegando finalmente a la cocina. Aunque no encontré a nadie, por alguna razón me sentía inquietantemente observado. El vello de la nuca se me erizó. Una vez más, me mantuve inmóvil para escuchar.
   “Vuelve a la cama ya y duérmete –me ordené a mi mismo–. Aquí sólo estás tú haciendo el capullo. Está todo en orden”.
   Emprendía el camino de vuelta a la cama, cuando oí algo a mi espalda. Algo como una cuerda al tensarse. No estaba allí solo. Me volví rápidamente, espada en alto. Entonces vi en la oscuridad a un encapuchado apuntándome con... ¿un arco?
   “¿Qué coño es esto?”
   El intruso disparó la flecha, y yo hice algún movimiento con mi arma por el que desvié el proyectil. Me asombré por lo que acababa de hacer. Al fallar, mi enemigo soltó el arco, desenfundó una espada de estilo medieval y cargó contra mí. Blandí mi katana lo mejor que supe para eludir sus estocadas. Me pareció tan surrealista enfrentarme a alguien a espada en pleno siglo veintiuno que creí que debía de tratarse de algún tipo de broma. Me encontraba lleno de dudas. Temí hacer daño de verdad a mi agresor si aquello no era más que un montaje, pero aquel golpeaba con mucha fuerza y su arma parecía muy real. Era obvio que pretendía matarme. Su filo llegó a alcanzarme en un antebrazo.
   Durante la liza perdí mi espada, por lo que instintivamente cargué contra mi rival. Conseguí desarmarlo. Entonces combatimos sin armas. Tras recibir potentes puñetazos y patadas, lo inmovilicé contra un armario, y allí me pareció distinguir los suaves rasgos de una mujer. Llevaba en la cabeza algo como un velo que le caía saliéndole por un lado de la capucha. Noté también que bajo el manto tenía algo duro. ¿Una armadura? Nuestras fuertes respiraciones se acompasaron.
   –¿Quién coño eres? –pregunté–. ¿Y qué coño quieres?
   –Ha sido profetizado –gruñó la arquera misteriosa–. Los tiempos antiguos van a volver y tú, Argus Thalassinos, eres lo único que se interpone en su camino.
   –¿Que me interpongo? ¿Qué es esa mierda de los tiempos antiguos? ¿De qué hablas?
   –¿Argus? –llamó Leah en ese momento.
   Mi agresora aprovechó mi momentánea distracción para liberarse entonces y me propinó otro puñetazo en la cara. Sólo la perdí de vista un instante. Cuando volví a mirarla, ya no estaba allí; había desaparecido, al igual que su arco y su espada.
   –¿Argus?

2
Profecías
   Mi esposa llegó a la cocina llevando su camisón. Con una mano se sujetaba la pronunciada barriga de ocho meses de embarazo y comprobó el desastre que habíamos provocado mi agresora y yo. La había despertado el estruendo del enfrentamiento.
   –¿Qué ha pasado? –preguntó, mirándome con expresión de terror.
   –Había alguien, Leah –confesé–. Una mujer me ha atacado.
   –¿Qué? ¿Qué mujer?
   –Llevaba un arco y una espada. Estaba aquí hace un momento.
   Ella se adentró un poco más en la estancia para examinarla.
   –Aquí no hay nadie, Argus –comentó–. ¿Te encuentras bien?
   Mierda. ¿Cómo iba a demostrar que hubo alguien si no había nada que lo demostrase? Ni siquiera mi maldita katana tenía muesca alguna. Lo único que podía probar la existencia de aquella espadachina eran las contusiones de mi rostro y el leve corte de mi brazo, y yo mismo pude haberme hecho todo aquello. Maldije de impotencia. Era como si no hubiera sido más que una alucinación. O un sueño. ¿Sería yo sonámbulo? Nunca había tenido problemas o trastornos del sueño de ningún tipo.
   ¿Había sido real? Yo mismo cuestionaba mi propia credibilidad, pero estaba seguro de que el dolor que aún sentía no me lo había provocado yo. ¿Quién fue aquella guerrera y cómo pudo desaparecer sin dejar rastro?
   –Te juro que había una mujer –insistí. La mirada de mi esposa decía que no creía una sola palabra–. Me crees, ¿verdad? –Una pregunta estúpida.
   En cuanto fui a acercarme a ella, retrocedió un paso rápidamente mientras levantaba una mano, que inmediatamente volvió a bajar. Incluso apartó la mirada. Mi propia mujer no quería que me acercase. Me temía. Eso me dolió más que la paliza de la arquera fantasma.
   “Si hubiera agarrado mejor a esa asesina, podría demostrar que no estoy perdiendo el juicio”, cavilé. Aunque... ¿habría impedido eso que desapareciera igualmente?
   –Volvamos a la cama, cariño –sugirió mi esposa, cogiéndome ahora de la mano–. Hablaremos mañana.
   La seguí de vuelta al lecho mientras reflexionaba sobre lo que había pasado.
   “¿Profecías? ¿Tiempos antiguos? ¿Qué está pasando? ¿Quién me quiere muerto y por qué? Yo no soy nadie. Debe de haber un error. ¿Qué se supone que tengo yo que ver con los tiempos antiguos? ¿Me enfrento a algún tipo de secta o algo parecido?”
   Me lavé y desinfecté las heridas antes de volver a la cama. Mi mujer tardó un poco más que yo en volver a acostarse, entreteniéndose en el baño. Cuando volvió, tuve que indagar.
   –Leah, dime algo –supliqué–. ¿Crees que estoy loco?
   –Claro que no, cariño –Esbozó una sonrisa afable mientras acariciaba mi rostro. Su respuesta no me pareció sincera, y sinceridad era lo mínimo que esperaba de ella–. Pero lo de esa mujer con espada y arco que se esfuma...
   ¿Habría sido buena idea insistir en que fue real? ¿Había sido inteligente contarle lo de la arquera?
   –Tal vez me lo haya imaginado –Creí que lo mejor era negar la existencia de aquella mujer. Decidí mentir a mi amada por primera vez. No podía permitir que me considerase un desequilibrado, al menos mientras no pudiese demostrar que lo que había pasado había sido real–. Seguro que mañana tendré las ideas más claras.
   –Seguro que sí –Vi que Leah pretendía acercarse a mí para besarme, por lo que, debido a su estado, me apresuré a acercarme yo. No le convenía hacer movimientos forzados. Fue un beso más frío y casto de lo habitual–. Vamos a tener un hijo, Argus –me recordó–. Necesitará a un padre. Y yo a mi marido. Quiero que seas sincero y que confíes en mí, como siempre hemos hecho el uno en el otro. No quiero perder al hombre del que me enamoré.
   –No lo perderás –prometí.
   –Buenas noches.
   Leah se durmió, pero yo seguí cavilando. Debía averiguar qué estaba pasando. Si habían intentado matarme, y en mi propia casa, probablemente lo intentarían de nuevo.
   “Tiempos antiguos... Tiempos antiguos...”
   ¿Qué significaba? ¿Tendría sentido o no eran más que los desvaríos de unos fanáticos, de unos locos? Sólo sabía que debía irme, que debía hallar respuestas y que permanecer en mi casa podría poner en peligro a mi mujer y a mi hijo nonato. Me dispuse a salir de nuevo de la cama. Dudé por un momento. No sabía si debía irme sin que mi esposa lo supiera o no. Me vestí. Pretendía irme sin nada más que lo puesto y la cartera. Supuse que me convenía evitar cualquier cosa mediante la que pudieran localizarme, pero me llevé también el teléfono móvil, aunque lo mantendría apagado. Volví a tumbarme junto a mi pareja y contemplé su rostro. Coloqué una mano sobre el abultado vientre y lo besé con suavidad. Finalmente decidí que no podía desaparecer sin más. Desperté a mi mujer con un beso.
   –Leah –llamé en voz baja.
   –¿Argus?
   –Tengo que irme.
   Ella encendió rápidamente la luz y me miró extrañada.
   –¿Irte? ¿Qué estás diciendo? ¿Adónde?
   –No puedo explicártelo –No iba a confesar que iba tras un fantasma–. Te prometo que volveré –Entonces procedí a iniciar mi extraña búsqueda–. Te quiero, nena. Hasta pronto.
   –¡Argus! ¿Cómo que no puedes explicármelo? ¿Adónde vas? ¿Qué vas a hacer? ¡No me dejes!
   Había preocupación en su voz, aunque no supe decir si era por mí o por la perspectiva de quedarse sola y en su estado. Seguro que le estaba dando más motivos para considerarme un chalado. Se levantó también de la cama y me agarró mientras me interrogaba e intenta disuadirme. Joder, cómo deseaba quedarme a su lado. Pero tenía un asunto pendiente, literalmente de vida o muerte.
   Alguien llamó a la puerta cuando yo me dirigía a la salida, y vi que por las ventanas entraban las luces parpadeantes de la policía. Estuve a punto de ir a abrir la puerta yo mismo, esperanzado. Tal vez tenía que ver con la arquera misteriosa y pudiera demostrarle a mi mujer que había sido real. Pero... ¿por qué se presentaron las fuerzas de la ley en mi casa? Nadie las había llamado. ¿O lo había hecho Leah a escondidas? Opté por no dejarme ver.
   –¿Puedes abrir tú, nena? –tuve que preguntar, sintiéndome como un cerdo egoísta y desconsiderado por obligarla a desplazarse.
   Leah accedió a regañadientes. Se encaminó hacia la puerta con paso pesado. Yo me escondí para escuchar.
   –Buenas noches, señora –dijo una mujer al abrir la puerta–. Soy la agente Callia Paspala. Buscamos a Argus Thalassinos. ¿Está aquí?
   “¿Qué coño...? –pensé. Habría jurado que era la voz de la
arquera–. Tiempos antiguos...”
   Quise acercarme para ver su rostro. Necesitaba verlo con claridad. Pero cuanto más permaneciera allí, más posibilidades había de que me cogieran. ¿Qué estaba pasando? ¿Me buscaban para detenerme? Yo no hice nada malo, pero algo malo debía pasar si era de verdad esa arquera la que estaba preguntando por mí. ¿Por qué me buscaba la policía si no?
   ¿La policía? No... No podía ser sólo la policía. ¿Qué motivo iba a tener para perseguirme? Tenía que haber algo más detrás de todo aquello, como aquella secta o quien quiera que fuera que me quería muerto. Y fuera lo que fuera, debía de ser una organización poderosa.
   No podía dejarme coger. Seguro que no contaría con el amparo de la ley. Una parte de mí deseaba quedarse junto a mi esposa, pero, ¿qué podría haber hecho? Sólo podía confiar en que quienes me buscaban no le hicieran nada a ella, y que al menos mi fuga desviara la atención de esa gente hacia mí. Me habría gustado besar a mi amada una última vez. No sabía si volvería a verla. Sin más dilación, me obligué a salir de la casa por la puerta trasera y huí. Pensé en pedirle ayuda a alguien. Probablemente se la habría pedido a mi amigo Demetrius, si él estuviera en condiciones. Mierda, pobre hombre... Aunque no habría podido contarle la verdad de lo que estaba pasando para conservar mi cordura ante la opinión de quienes me rodeaban. Ojalá pudiese haber ido por ahí diciendo que me perseguía una arquera con la habilidad de esfumarse a voluntad y que, además, parecía formar parte de la policía. Le habría pedido a alguien que me ayudase de alguna forma, sólo como favor, procurando no hacerle sospechar de nada mientras yo me escondía. Necesitaba informarme sobre alguien que pudiese querer matarme. Sectas, criminales conocidos o lo que fuera. Y sobre esos tiempos cuya vuelta anhelaban.
   No me convenía meter a nadie en eso.

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