Capítulo 3: Frío inmortal
Capítulo 3 de Frío Inmortal.
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Presente
A
sólo unas horas de llegar a la isla de Noruega tras muchos días en
el mar, el equipo se encontraba rodando una de las escenas más
formales de la película. Antes de eso, Cachet había intentado
grabar, por segunda vez, alguna escena en la que Siana y Brannock
hablasen de las armas. Ellos se negaban a revelar esa parte de su
mundo. De haberlo hecho, el público podría haber pensado cosas muy
negativas y era algo exclusivamente interno, algo muy personal para
la seguridad del equipo.
Durante
los días anteriores, la directora había estado finalizando cada una
de las partes que debía cumplir con los demás miembros: Glendower,
el menudo pero musculoso capitán y antiguo pescador de cincuenta y
siete años, ese alegre hombre de nariz aguileña y frondosa barba
blanca plateada, había hablado sobre pesca, sobre los mandos del
buque y sobre el resto de sus obligaciones; Hedd, el muchacho de
dieciocho años rubio y con gafas graduadas, había realizado un
recorrido por el aspecto técnico del Kraken;
Brannock había dado un repaso general al equipo y a la expedición
comentando, entre otras cosas, qué aportaba cada uno de los miembros
así como él mismo o cómo habían acabado conociéndose y
uniéndose. La propia Cachet había recordado todo lo que se refería
a la realización de las películas y el papel de la cadena de
televisión. Por último, Siana había sido entrevistada para que
diese su opinión personal, su punto de vista sobre el viaje, y para
que hablase de la historia nórdica antigua, centrándose
principalmente en aspectos arquitectónicos, religiosos y culturales,
vikingos y no vikingos. Entre ellos, los relacionados con la realeza
u otros de los personajes más relevantes del país, así como el
procedimiento que emplearían a la hora de inspeccionar las ruinas en
caso de que existieran.
Así
que Cachet, esta vez con una cámara más grande y profesional sobre
un trípode, mantenía ahora un plano amplio y estático de la
cocina, de Fabrizio tras una mesa, quien explicaría lo relevante a
los alimentos y mostraría la manera de cocinar cada uno de ellos.
Esa
era una de las “secciones de relleno” (como Siana las llamaba)
que la cadena les obligaba a producir.
–Buenos
días, Fabrizio –empezó a hablar Cachet cuando el encargado de
claqueta dio la señal de comienzo, usando un tono formal que no
solía emplear en situaciones normales–. Cuéntanos qué vas a
preparar esta vez.
Aparecer
ante la cámara interactuando directamente con el resto de los
integrantes era una labor que Siana se había negado también a
realizar. Había tenido que hacerlo a pesar de que varios miembros
del equipo insistían en que lo hiciera por ser “la cara” de todo
el embrollo, pues nunca había logrado sonar o comportarse a su modo
natural salvo cuando trabajaba, momento en el que podía hacer caso
omiso de la cámara y del asunto de la película sin problemas. Ni
siquiera le interesaba el mundillo de la televisión, centrando sus
pensamientos únicamente en la arqueología, en sus propios planes y
labores. Por ello, era a su amiga a quien le tocaba hablar desde
detrás de la cámara.
Cachet
mostraba siempre una sonrisa cuando lo hacía. Sin embargo Siana,
expectante a su lado, sospechaba que era algo forzado, pues se fijó
en que, cuando la directora estaba en silencio, una severidad, una
expresión de absoluta concentración, volvía rápidamente a su
semblante para observar con analítica atención la escena que estaba
en marcha, pidiendo repetirla sin vacilar si lo creía necesario.
“¿Por
qué esos cambios tan repentinos?” se preguntaba la arqueóloga
entre divertida y extrañada.
En
el fondo, creía conocer el origen de esos cambios, que no eran tan
notables hasta hacía unos cuatro años atrás. Le hacían cierta
gracia y, al mismo tiempo, le inquietaban. Era casi como si la
siempre alegre Cachet se transformase en otra persona, en una muy
opuesta, adoptando un comportamiento mucho más profesional, aunque
sólo en los momentos más serios de su trabajo. Una cara que a Siana
siempre le sorprendía ver en su amiga. Además, y a pesar de que la
directora no solía ponerse ante la cámara durante escenas como
aquella, se maquillaba cuidadosamente bien y se vestía de manera más
formal. Por su parte, Siana siempre se había negado cubrir su rostro
con porquerías alegando que era una científica y no una estrella de
cine, que su verdadera cara (que podía fácilmente acabar cubierta
de suciedad durante el trabajo) era la que debía ver la audiencia.
Ni siquiera entendía el interés de Cachet en que permaneciese allí,
observando las escenas que no le incumbían en lugar de permitirle
seguir con sus propias labores. Ese no era su campo. En términos
televisivos, no era su sección para con la película.
Fabrizio,
en cambio, actuaba de un modo más jovial ante la cámara, más
incluso que como se comportaba normalmente. A menudo exageraba tanto
sus movimientos y forma de hablar que hacía pensar a Siana que
aquello sería mucho más divertido de lo que había esperado.
–Muy
buenos aunque nublados días, Cachet. Lamento decir que esta vez
tampoco habrá muchas novedades con respecto a las expediciones
anteriores –respondió el cocinero, enfundado en su albo uniforme
de cocina y con un gran cuchillo en la mano derecha–. Como ya
sabrán en casa, un campamento requiere alimentos que puedan
conservarse bien durante mucho tiempo. Así que Siana, un servidor y
los demás nos mantendremos a base de vegetales como zanahorias y
naranjas, de panceta, de embutidos, de mazorcas de maíz…
–Levantaba los productos para mostrárselos a la cámara a medida
que los mencionaba, de los que tenía un ejemplar de cada uno frente
a él–. En resumen: cosas que se pueden preparar en una hoguera o
comer directamente. Pero además de eso, habrá también sándwiches
vegetales, frutos secos, galletas de almen…
–¡Oziel!
–exclamó de pronto Cachet.
Oziel
entró en escena de manera inesperada, como si no estuviesen rodando,
amenazando con echar mano a alguno de los alimentos. No era la
primera vez que hacía algo así. Los demás aceptaban su particular
humor y naturalidad sin molestarse ya en eliminar esas intervenciones
de la película. Intervenciones que, por otra parte, hacían a la
película más entretenida y al equipo más real.
–¡Eh,
tú! ¡Saca tus pezuñas de mi cocina antes de que añada picadillo
de carne humana al menú! –Fabrizio sacó al invasor a empujones,
una escena que levantó risas entre varios miembros del equipo
presentes. Tras eso, volvió al trabajo, recolocándose el gorro y
carraspeando para aclararse la voz–. Como iba diciendo antes de
esta interrupción, Cachet…
–Un
momento, Fab. Sia, ¿no quieres echarle una mano?
–¿Eh?
Eso
pilló por sorpresa a la arqueóloga, que por un segundo no supo cómo
reaccionar. Hasta ese momento creía haber dejado clara su negativa a
situarse ante la cámara en momentos en los que ella no estaba
trabajando.
–Sí.
Que venga la responsable de todo esto –apoyó el cocinero.
–No,
chicos. Voy a pasar.
–Sia,
es “tu viaje” –insistió Cachet, en voz más baja–. Opino que
esta vez deberías aparecer siempre. Por favor, por favor, por favor.
“Mi
viaje…”
Siana
maldijo. Precisamente por ser “su viaje” se sentía menos
motivada que nunca a salir en la película. Le había costado mucho
decidir no anular la producción. ¿Y ahora esto? Esperó que al
menos Cachet hubiera sido lo bastante sutil como para que nadie
sospechase nada.
–Sé
que Siana Rohde y cuchillos forman una combinación peligrosa –La
sonrisa de Fabrizio se agudizó–. Pero me arriesgaré. Ven aquí
ahora mismo o iré a buscarte.
–Estoy
mejor lejos de una cocina –respondió Siana, algo temerosa de que
sus palabras estuviesen siendo grabadas. Hacía algunos años, ella,
una diestra usuaria de cuchillos tácticos, le había regalado por
accidente al cocinero un pequeño corte en un brazo con un cuchillo
de cocina durante un momento de diversión culinaria, en Worrington
Hall–. Me quedaré aquí quietecita. Gracias.
–Bambola,
la cámara sigue grabando. Nos estás haciendo perder tiempo y
dinero. Vas a venir.
–Por
favor, sobrina –intervino Lord Myklebust–. Me gustaría verte por
una vez en un momento en el que no estés escarbando en la tierra y
esas cosas–. Y estoy seguro de que a tu madre también.
Siana
volvió a maldecir por que quisieran verla en su peor momento y en
uno de los días menos indicados. Al verse acorralada, acabó
cediendo. Con una sumisión desganada, se situó al lado de Fabrizio.
Aquel le sorprendió con su saludo: regalándole un beso en la
mejilla. Después ella realizó un par de tímidas reverencias ante
los aplausos de los presentes, con una sonrisa forzada. El aplauso de
Blake fue el más enérgico.
–Bien.
Ahora que tenemos a la jefa aquí… –El cocinero retomó su labor.
Siana
resopló, sonriente.
–Si
aquí hay algún jefe es Brannock. No yo.
–A
ti también se te da muy bien dar órdenes cuando hace falta, cariño.
Ahora que tenemos a la estrella con nosotros –rectificó él,
haciendo hincapié en “estrella”. Siana negó con la cabeza con
gesto rendido, mirando sonriente a la cámara–, vamos a continuar.
Como iba diciendo, habrá también frutos secos, galletas de
almendra, arándanos u otros –Ahora era la arqueóloga quien
mostraba los productos, adoptando poses algo exageradas, sin permitir
que su ligero bochorno le detuviera–. Incluso sin gluten por si
alguien debe llevar una dieta más estricta. No es necesario
mencionar la presencia de un delicioso pan de maíz, carne seca,
huevos cocidos, puré de patata en polvo, y… chocolate, ¿verdad?
–Mmm…
–Siana se relamió–. Chocolate para las chicas. Gracias, Fab,
eres un amor.
–No
te pases, mi golosa amiga –Él le devolvió la sonrisa–. Ya
sabemos lo bien que os hacéis las tontas cuando os conviene. Sobre
todo nuestra directora, la señorita Voclain –Cachet sonrió,
mordiendo su bolígrafo con aire travieso, cuando todas las miradas
se fijaron en ella. Siana supo que su amiga reprimió una réplica
únicamente por estar trabajando–. Y claro, habrá café, té,
salsas, aceite y agua embotellada. Como alguien diga que no nos he
suministrado bien –Bromeó el cocinero agitando el cuchillo en
un gesto amenazador en dirección a Siana–, no respondo de mis
actos. Y ahora… ¿Qué iba? ¡Ah, sí! Pasemos a lo último.
–¿Significa
esa mala cara que algo no te gusta, Fab? –preguntó Cachet.
–Me
alegra mucho que me hagas esa pregunta. ¡Desde luego que sí! Hay
algo que no me gusta nada en absoluto y es lo siguiente. Fíjate:
sopa de arroz de sobre. Frijoles y pescado enlatados –Esta vez fue
el propio Fabrizio quien exhibió los alimentos, de forma agresiva–.
¡Sobres y latas! En mi opinión, productos como estos son de los que
más debe detestar un cocinero medianamente decente –Entonces se
dirigió a la cámara–. A las buenas gentes que nos ven: ¿sabéis
cuántos aditivos indeseables y repugnantes llevan estas cosas?
¿Cuántos…?
–Vale,
Fab –Siana le detuvo cogiéndole por el brazo, siempre con una
sonrisa en el rostro. Era parte del proyecto que todos mostrasen su
personalidad, que dijesen lo que pensaban. Entre otras cosas, porque
ninguno de ellos era actor. No había guión alguno. Lo que rodaban
no era un documental corriente (algunos de los fans lo consideraban
más algo así como una biografía), pero tampoco era una de esas
películas comunes para la gran pantalla. Con todo, aunque procuraban
no dar demasiada rienda suelta a sus sentimientos, a veces los más
apasionados se dejaban llevar más de lo deseable–. Seguro que a
buena parte de nuestro público le interesa mucho lo que tengas que
decir. Pero no es el momento. ¿No crees? –Ella puso énfasis en la
pregunta para asegurarse de que Fabrizio entendía a qué se refería,
enseñando mucho los dientes.
–Es
cierto. Perdón. Me guardo a la bestia y seguimos.
La
extensa sección de Fabrizio prosiguió hasta su final. Entre más
bromas y risas, hizo probar a Siana algunos de los platos que iba
cocinando en directo para que diera su sincera opinión. Para ese
mismo propósito, invitó a acercarse a Cachet, pero aquella se negó
alegando que ya estaba bien acompañado, respuesta que casi borró
por completo la sonrisa de la arqueóloga. Al terminar la sección,
él volvió a besar a Siana y, entre aplausos, le avergonzó
obligándole a girar sobre sí misma al grito de “¡Siana Rohde,
señoras y señores!”
Ya
libre de atención, Siana se desprendió por fin de su “yo
intérprete” para hablar con el líder de la expedición en un
pasillo solitario. Cachet seguiría ocupada con otros asuntos, así
que no tendría que preocuparse por ella.
–Quería
preguntarte por mi padre, Brannock.
–¿Mm?
Creía que querrías que habláramos otra vez sobre el trabajo. Muy
bien, niña. Pregunta lo que quieras.
–Ahora
que mi padre no está, me gustaría saber cómo os conocisteis –Una
parte de Siana se sentía algo desconsiderada, egoísta en cierto
modo por no haberle preguntado eso a nadie antes, durante los muchos
años en los que Brannock y ella se conocían.
El
hombre se tomó una breve pausa para reflexionar.
–Nos
conocimos en Cardiff. Antes de que tu madre te llevase en el vientre.
Antes incluso de que él se divorciara de Lady Vanora. Por aquel
entonces yo sí estaba ya divorciado. Me dedicaba a enseñar escalada
a niños.
Siana
no pudo contener una risa nasal.
–¿En
serio? Tú nunca has tenido paciencia con los niños. Apenas puedes
aguantarnos a Cachet y a mí…
–Aprendí
a ser paciente tratando con niñatos en el ejército, te lo aseguro
–sonrió él–. Pensándolo bien, puede que la mayor lección de
paciencia hayáis sido precisamente vosotras dos –Siana le golpeó
en el pecho como si la broma le hubiera ofendido–. Beynon me abordó
ofreciéndome un contrato para que le acompañase en su primera
expedición, por la que parecía muy excitado. Yo no había esperado
algo así. Menos aún de alguien de vuestra clase social –Con una
mueca, Siana desvió la mirada bruscamente hacia la ventana que daba
al mar y al lejano horizonte rojizo del atardecer, rechazando las
últimas palabras de su interlocutor–. Aquel día Beynon estaba en
la capital porque iba a dar una especie de conferencia sobre
arqueología. Al decirle que me pensaría su oferta, me invitó a
asistir. Me dijo que me presentase allí, que quizá aquello me
convenciera.
–Qué
confianza –Siana se sorprendió.
Brannock
agudizó la sonrisa.
–Siempre
fue un hombre muy seguro de sí mismo. No recuerdo haberle visto
dudar una sola vez desde que le conocí. Debo decir que en aquella
época no parecía un hombre tan feliz como lo era unos años
después.
–La
época de su matrimonio con Lady Vanora –comentó Siana como quien
no quiere la cosa.
Brannock
siempre se había negado a inmiscuirse en las conflictivas relaciones
de los Rohde. Siana había hablado únicamente con su medio hermano
–y más por tratarse del padre de ambos que por otro motivo– para
informarle de que iba a buscar a su padre en este último viaje. Sin
responder al comentario de la chica, el instructor siguió con su
relato segundos después.
–Sin
embargo, sí que era el ambicioso soñador que he visto siempre en
él.
–Supongo
que asististe a la conferencia, dado que estás aquí.
–¿Cómo
rechazarlo? –Brannock rió y Siana le acompañó. Después él bajó
la mirada, volviendo a los tiempos pasados que ella intuía que
añoraba. Su sonrisa apenas se mantuvo–. Su trabajo… Tu trabajo…
Ser parte de algo mayor… Despertó en mí un fuerte interés.
–Me
cuesta creer que un hombre de acción como tú fue seducido por la
arqueología. Por la ciencia.
–Oh,
hay más acción en la arqueología de lo que puede parecer cuando no
se está familiarizado con ella.
–Sí.
Tal vez.
–Y
mi trabajo no tiene nada que ver con vuestra ciencia. Beynon me abrió
los ojos a un mundo nuevo y lleno de posibilidades. Fue una gran
sorpresa. Siempre fue muy persuasivo. Y mis habilidades parecían
encajar bien en ese mundo. Así que… ya me ves. Trabajando con su
hija como hice con él. Con la siguiente generación de Rohde
–Brannock resopló, echando la cabeza atrás y apoyándose en la
ventana–. Qué viejo me siento cada vez que lo pienso…
–Vamos,
no eres tan viejo. Como tú mismo dices, aún puedes darnos mucha
guerra. ¿Conocías a mi tío ya? ¿Te habló mi padre de él?
–No.
No le conocía hasta que se unió a la expedición. Claro que tu
padre no llegó a volver a Gales después de conocerle –Siana notó
la sombra de mal humor que cruzaba el semblante de Brannock al
mencionar aquello–. Ni siquiera sabía que tu madre tenía un
hermano.
Entonces
Siana adoptó una actitud más severa e insegura.
–Ahora
que has mencionado a mi madre… –empezó a decir con la mirada
baja.
–Me
temo que no puedo hablarte de Dahlia, Siana. Nunca llegué a
conocerla. Y Beynon no la describió más que como “una mujer
maravillosa”.
–Al
menos a ella le quería. Me alegra saberlo.
–Me
dio la impresión de que nunca fue tan feliz como desde que conoció
a tu madre. Puede que su excitación fuese aún mayor únicamente
cuando naciste tú. Sí… Era un hombre enamorado de su… nueva
familia –Los labios de Brannock se estiraron sutilmente una vez
más–. No tenía mucho tiempo para sujetarte entre sus brazos, pero
apenas te quitaba el ojo de encima cuando estaba contigo. Siempre
quería llevarte con él a todas partes.
–Y
lo hizo. La mayor parte del tiempo.
–Se
quedaba completamente absorto mirándote cuando eras un bebé. Sobre
todo por tus ojos. Decía que eras una niña preciosa, idéntica a
Dahlia. Y que a medida que crecías te parecías aún más a ella.
Siana
permaneció en silencio un momento. Brannock debió de notar algo en
su rostro.
–¿Qué
ocurre, niña?
–¿Ocurrió
algo, Brannock?
–¿Cómo
qué? –se extrañó el aludido.
–¿Seguían
llevándose bien mis padres cuando él desapareció?
–No
sé qué pasó exactamente en Noruega antes de que desapareciera.
Pero, que yo sepa, seguían queriéndose como el primer día.
–Nunca
me comentó esas cosas a mí. Siempre insistió en que prefería que
conociera a Dahlia por mí misma, cuando me llevase a verla.
–Beynon
seguía completamente enamorado. Puedo asegurártelo. De Dahlia no
puedo decirte nada. Tal vez Blake pueda responderte a eso.
La
conversación con Brannock le había dejado más preguntas, más
cosas que tratar, así que Siana fue directamente en busca de Lord
Myklebust. El noruego seguía en la cocina, hablando de recetas y
dietas con Fabrizio a solas. El resto del equipo había desmontado ya
el plató de televisión.
–Estoy
descubriendo muchas cosas desde que estoy aquí, Siana –asintió
Blake alegremente cuando ambos pudieron hablar en privado.
–Parece
que has probado las delicias de Fabrizio –sonrió ella.
–No
todas. Aún. He probado los ariancinos. ¡Todo un hallazgo! –exclamó
el tipo, y ella rió–. Tengo pendiente deleitarme con el cannoli,
el panforte… Ay… Cuántas cosas. Por desgracia debo controlar
mucho mi dieta, pero me gustaría volver a visitar Italia. Con más
tiempo.
–Parece
que ya te alegras más de haber venido.
–Mi
preocupación sigue ahí… Aun así, te agradezco mucho que me hayas
permitido venir.
–Eres
familia. No hay nada que agradecer. Tío, me prometiste que me
hablarías de mi madre cuando la expedición terminase, pero…
–¡Oh,
por Dios! –Blake levantó escandalizado una mano–. Dicho así es
como si estuviera empleando el chantaje con mi propia sobrina, con
alguien de mi propia sangre, para lograr mi propósito. ¡¿Qué dice
eso de mí?! Perdóname –Cogió las manos de la chica y dobló las
rodillas ligeramente–. No quiero que pienses que soy una especie
de…
–No
lo he pensado. Estaba dispuesta a esperar –asintió ella a pesar de
dudar de haber podido hacerlo, de que la impaciencia le corroía más
y más a medida que pasaban los días.
Durante
las expediciones anteriores, su ser siempre se había encontrado
dividido entre el deseo de que terminasen cuanto antes y el de que
durasen eternamente. Esta vez, el primero competía ferozmente con el
miedo, con el deseo de mantenerse lejos de aquella isla, de hacer dar
la vuelta al Kraken
e intentar olvidar el asunto de su padre. En parte prefería
conservar la minúscula mota de esperanza de encontrarle vivo algún
día.
Le
gustase o no, no podía permitir que ese miedo le dominase.
–No
será necesaria la espera –replicó Lord Myklebust–. Podemos
hablar ahora, si lo deseas. Imagino que, mientras estemos en la isla,
tendremos menos tiempo para ello. Y después… no creo que tarde
mucho en dejaros para volver a mi hogar. Podrías venir conmigo en
Noruega, si quieres y puedes. No estaremos muy lejos al fin y al
cabo.
Siana
dudó un momento, preguntándose si le convendría más esperar,
dejar esa conversación para más tarde, dadas las circunstancias a
las que se enfrentaría próximamente. Circunstancias en las que la
menor distracción podía ser fatal.
–Dime,
tío, ¿sabes cómo se conocieron mis padres? –tuvo que preguntar
finalmente–. Dicen que me parezco a Dahlia.
–Y
es cierto –Blake levantó la cabeza de Siana por el mentón para
analizar sus rasgos con interés–. Me recuerdas mucho a ella.
Cuando era más joven. Tienes sus mismos pómulos, sus mismos…
–Los
mismos ojos violeta “tan misteriosos”. Lo sé –La arqueóloga
se libró de la mano de su tío con una brusquedad no pretendida. Que
alguien viera en ella a su madre cuando la propia Siana ni siquiera
la conocía le provocaba una extraña e irritante incomodidad, y eso
le hacía desear aún más encontrarse con su progenitora–. Creo
que es el rasgo que más me gusta, aunque llama demasiado la
atención.
–Puede
que esa melena negra sea lo único que heredaste de Beynon. Tus
padres se conocieron en Noruega. No te aburriré con detalles
–informó Blake con un movimiento despectivo de su mano–. Se
celebró algo así como una reunión entre la aristocracia.
–Algo
así me imaginaba –anunció Siana, aburrida.
–El
propio rey de Noruega se presentó allí. Le gusta coleccionar
reliquias. Estaba muy interesado en tu padre y en la fama que le
precedía. Fama que su hija ha superado, según dicen.
–El
rey conocía a mi padre –comentó Siana, reflexiva, más para sí
misma que para ser oída.
–Por
supuesto. Como a muchos otros extranjeros célebres.
–¿Y
a mí? –Siana no se mostró muy interesada–. ¿Me conoce?
La
posibilidad de verse con la realeza no le sorprendía. Ni siquiera
con una ajena al Reino Unido. Debido a los hallazgos sobre el pasado
de Inglaterra, Lord Beynon se había reunido con la reina de ese país
igual que con el monarca noruego. Como solía hacer, aquel día había
llevado también a Siana con él, cuando aún era una niña de unos
ocho años.
–Lo
ignoro –respondió Blake–. Aunque no sería de extrañar que lo
haga. Puede que incluso desee citarse también contigo algún día.
¿No te gustaría?
–Mmm…
–Siana no compartía el entusiasmo de su tío por esa idea.
Reunirse con desconocidos no era algo que llamase su atención, sin
importar quienes fueran.
–Mi
familia conocía ya al rey. Somos algo así como amigos, así que mi
hermana coincidió con él y con Lord Beynon. Yo no pude asistir.
Allí se conocieron los dos. Dahlia acabó quedándose hablando a
solas con tu padre, puede que el alcohol animara las cosas un poco y…
¡bum! Aquí estás tú.
–Ouch.
–No
pretendo decir que te engendraran aquel mismo día y animados por la
ebriedad –se apresuró a explicar Blake. Su sonrisa se borró,
mientras que la de Siana se estiró–. No me malinterpretes. Se
dieron tiempo para conocerse. Y más tiempo para crear… –Señaló
a su sobrina de arriba abajo– su mejor obra después de haberse
casado.
–Siempre
estuve con mi padre. ¿Por qué nunca vi a Dahlia? Sé que ella
visitó la mansión Worrington Hall, pero…
–No,
no siempre estuviste únicamente con tu padre. Dahlia permaneció en
Gales unos meses desde que te trajo al mundo. Pretendía instalarse
allí para vivir con vosotros. Con su marido y con su hija recién
nacida.
–Otra
cosa que ignoraba.
–Pero
tuvo que volver a Gales. Te quería muchísimo, Siana. Era tan feliz
contigo entre sus brazos como Beynon. No obstante, contrajo… una
enfermedad que le impedía hacerse cargo de ti, que la mantuvo
incapacitada durante años y que sólo sabían tratar en Noruega. No
le culpes. Tu padre le envió algunas fotografías de ti y a ella le
deprimía no poder seguir estrujándote entre sus brazos. Y eso
empeoró cuando Beynon desapareció. Era tal su tristeza que nos
preocupaba cada día más. Ni siquiera se atrevía a dejar que su
hija le viera así. Ese es uno de los motivos por los que lo la has
conocido en todo este tiempo. También estaba el hecho de que tú
eras demasiado joven para viajar, que a tu padre le surgieron
obligaciones de diversos tipos… Incluso Beynon y Dahlia tenían
dificultades para verse.
–¿Entonces
ella está bien? ¿Ya está mejor?
–Mucho
mejor. Su enfermedad ha mitigado y con el tiempo superó el dolor de
la pérdida de su esposo.
–Has
conseguido preocuparme.
Blake
sonrió.
–Tú
le has ayudado a mejorar, sobrina.
–¿Yo?
–Desde
luego. Ver a su hija y sus logros, aunque fuese únicamente en sus
películas… Parece que le infunde vitalidad. Le hace sonreír. Eso
y la promesa de llevarte a Noruega que me obligó a hacerle antes de
venir a verte –rió el hombre, instalando otra vez una sonrisa en
el rostro de Siana–. Ha visto alguna de tus películas más de una
vez únicamente por verte.
–Qué
ganas tengo de verla…
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