Capítulo 4: Frío Inmortal
Cuarto capítulo de Frío Inmortal.
Recuerdos grabados II
Cuatro años atrás
El
White Shark no acabó en las tenebrosas profundidades del mar pero sí
profundamente varado en tierra desconocida. Incapaces de comunicarse,
el equipo de Siana y el capitán Sirhan desembarcaron para intentar
reconocer el terreno.
Descubrieron
que ninguno reconocía el lugar. Algunos se preguntaron si habían
llegado a Madagascar, dado que el lugar presentaba unas
características similares. Únicamente Sirhan sospechaba dónde
habían acabado al ver aquella selva aparentemente virgen que lindaba
con la blanca arena de la playa.
Con
todo el equipo reunido, Brannock y Sirhan discutieron los planes que
pondrían en práctica posteriormente, como el de adentrarse en la
isla buscando una manera de salir de ella. El tanzano estaba
especialmente furioso por no poder contar con sus propios hombres.
–Nosotros
haremos lo que haga falta, capitán –informó Brannock con
severidad–. Cuente con nosotros.
Pero
Sirhan no parecía confiar demasiado en la capacidad del equipo que
Brannock dirigía para afrontar la situación en la que se
encontraban, un equipo formado por algunos miembros muy jóvenes y de
los que casi ninguno poseía conocimientos necesarios.
Algunos
de los miembros del equipo intervenían de vez en cuando en la
conversación. Cachet, quien ahora tenía la nariz colorada por el
resfriado y estornudaba muy a menudo, se dio cuenta de que Siana,
aunque parecía escuchar con atención, se mantenía en silencio.
Incluso ausente. Ni siquiera en su estado olvidaba la directora su
cámara.
Resultaba
extraño.
–Voy
a salir un momento –anunció la joven arqueóloga de repente.
–¿Del
barco? –preguntó Brannock, ceñudo.
–Sí.
–De
eso nada, Siana.
–Sirhan
dice que es una isla desierta, ¿no?
–Lo
es –asintió el capitán con convicción.
–Aun
así prefiero que te quedes en el barco –insistió Brannock.
–No
voy a adentrarme en la selva –explicó ella–. Sólo voy a
recorrer la playa. No me alejaré mucho.
–Voy
contigo –anunció Cachet–. Yo también necesito tomar el aire.
La
directora siguió a su amiga hasta el camarote de aquella, donde la
arqueóloga cogió una linterna antes de dejar el White Shark. Ambas
caminaron por la playa, junto al tranquilo mar. Durante minutos,
Siana se mantuvo en reflexivo silencio hasta que empezó a dirigir
cada pocos pasos la luz hacia su izquierda, hacia las palmeras que se
mecían y susurraban con la brisa.
Cachet
temía cada vez más que Siana incumpliera su promesa para adentrarse
en aquellos susurros que lograban erizarle el vello. Buscando
impedirlo, tuvo que romper el silencio.
–¿Estás
pensando en adentrarte en la vegetación? –indagó, evitando un
tono reprobatorio.
Siana
miró a la cámara un segundo, con aire pensativo, antes de devolver
su atención a la selva.
–Me
ha parecido ver algo.
–Sia,
por favor, no intentes asustarme –La cámara empezó a temblar en
la mano de Cachet.
Segundos
después, Siana apagó su linterna.
–Dime
si tú ves algo con la cámara.
Cachet
no quiso obedecer temiendo encontrar algo de verdad, pero se resignó.
Muy despacio y mirando de soslayo por el objetivo, lista para apartar
la mirada a la menor anomalía que viera, hizo un recorrido desde el
White Shark hasta el extremo opuesto de la playa, con el modo de
visión nocturna de la máquina.
–Nada
–anunció tras un sonoro suspiro cuando terminó–. No hay nada.
Únicamente
por no molestar a su amiga con su cobardía, y a duras penas, logró
contener el deseo de pedir que volviesen al barco. Siana echó otro
vistazo con su linterna antes de volver a apagarla.
–Habrá
sido un animal, si es que he visto realmente algo.
–Sí
–asintió Cachet, como si así pudiese eliminar cualquier otra
posibilidad.
–Volvamos
ya. Este sitio empieza a inquietarme.
El
día siguiente sorprendió a todos con un cielo completamente
despejado tras la monstruosa tormenta. Durante varias horas –en
parte por sugerencia de Brannock y dado que no podían hacer mucho
para ayudar–, el equipo decidió salir del barco para tumbarse en
la que debía de ser toda una playa virgen para ellos solos y
disfrutar de aquel mar, bajo aquel magnífico sol del que no podían
disfrutar muy a menudo en Gales. La idea era intentar rebajar las
tensiones y divertirse un rato. Hedd fue el único que apenas se
permitió descanso, prefiriendo trabajar en las reparaciones. Cachet
agradeció eso. Como no quería perderse escena alguna, la francesa
decidió, aunque a desgana, acompañar a Siana cuando ésta decidió
ir a visitar al técnico directamente de la playa para hacerle un
poco de compañía, para preguntar por sus avances y para permitirle
descansar unos minutos mientras conversaban.
–¿Podrás
reparar la radio, Hedd? –preguntó Siana.
–Para
ser sincero… Todavía no estoy seguro, pero podrían hacerme falta
componentes, cosas que puede que no tengamos aquí.
–Oye,
estás tenso –Ella acarició los brazos de él–. Relájate.
–¿Qué
me relaje? ¡No, Siana! –Hedd se libró de las manos de ella–.
Estamos atrapados en… este lugar, sea el que sea. Y en mí recae
todo el peso de… –Le dio la espalda, con las manos en el rostro,
para después apoyarse con una mano en la pared. Hubo una silenciosa
pausa–. Puede que no pueda… –expresó casi susurrando, como si
le avergonzase reconocer algo.
–¿Qué?
¿Que no puedas reparar la radio? –Hedd no respondió. Siana volvió
a sonreír–. Hedd –Ahora ella cogió la mano de él con las suyas
para obligarle a mirarle. El técnico se resistió un poco a
volverse–, técnicamente trabajas para mí, supongo, pero somos
amigos. Te pregunto porque me importas. Y porque quiero volver a casa
también, claro. Pero no pretendo reprocharte tu incompetencia en
caso de que no puedas hacer tu trabajo. Sería la primera vez que no
puedes hacer algo desde que estás con nosotros, que yo recuerde.
Logres reparar las máquinas o no, no vas a fallarme.
–Psché.
–Nunca
–insistió ella ante el recelo de él–. No estarías en este
equipo si no fueras muy bueno en tu trabajo. De hecho, no he conocido
a nadie mejor. Confío en ti, Hedd. Todos confiamos en tu capacidad.
Y sólo tú te has ganado esa confianza.
Cachet
se preguntó si Siana trataba de impedir presionar al muchacho
dándole a entender con palabras directas que él podría ser la
única esperanza de todos ellos de salir de esa isla. Probablemente
la directora, que se quedó con las ganas, se lo habría soltado de
no estar su amiga presente.
–Ya…
Te agradezco tus palabras, Siana –comentó él.
–Todos
hemos visto tu valía. Si no puedes repararlo, no será culpa tuya. Y
nadie tendrá derecho a echártelo en cara –señaló la aludida.
Cachet no estaba tan segura de las palabras de su amiga–. Sé que
harás todo lo que esté en tu mano para reparar los equipos.
En
ese momento, Hedd miró a la cámara, por lo que Siana hizo lo mismo.
Cachet creyó que le pedirían apagarla.
No
llegó a pasar.
–Claro
que os fallaría –replicó el técnico–. Puede que tú no, pero
otros me lo echarían en cara, aunque no fuera con palabras. ¿Cómo
no iban a hacerlo? Hasta yo mismo lo haría.
Ahora
Siana agarró a Hedd por la cara, adoptando un comportamiento más
serio.
–Escúchame
bien. Da igual lo que los demás puedan pensar. No centres tu
atención en eso. Vamos a salir de aquí. Trabajando juntos. No eres
el único que hará algo para sacarnos de este lugar. Esa
responsabilidad es de todos. Vamos a explorar la isla. Así que, si
encuentras algo que no tengamos y que puedas necesitar, mejor que lo
digas cuanto antes. ¿Quién sabe? Quizá lo encontremos en alguna
parte.
–Vale
–El ánimo del muchacho no cambió.
–Podría
ser mala idea revelarte esto, pero no eres el único que tiene miedo.
–¿Tú
lo tienes? –Hedd pareció desconfiar.
–Sí,
Sia. Siempre pareces tan segura de ti misma, tan… –comentó
Cachet, aunque recordaba haber visto a la arqueóloga lagrimar en
alguna ocasión difícil. ¿Por impotencia? ¿Por tristeza? No lo
tenía claro.
–Parecer
–volvió a sonreír la aludida–. Esa es la clave –Volvió a
dirigirse a Hedd–. Yo tengo que parecer estable –asintió,
volviendo a dirigirse a Hedd–. Brannock y yo somos los primeros a
los que el equipo pide guía o consejo en momentos difíciles. Por
desgracia el equipo confía demasiado en mí, por lo que, si yo
parezco impotente o asustada, todo podría salir muy mal. Aunque no
me gusta, debo estar preparada para tomar decisiones difíciles.
¿Entiendes?
–Sí.
–Mira
–Llevó la mano de Hedd a su propio pecho para que él notara su
corazón. Con una sorpresa tensa, él se resistió también por un
instante a poner una mano sobre ella. Tras unos segundos, alzó la
mirada para mirar a la chica con los ojos aún más abiertos–. ¿Lo
ves? Lo mío va por dentro. Espero que no le digas a nadie nada de
esto. Es preferible que lo ignoren.
–Vale.
Siana
besó la mejilla de su amigo cuando dio por zanjada la conversación.
–Ahora
ven con nosotros.
–No.
Tengo que seguir con…
–Insisto.
No has salido del barco desde que estamos en este lugar.
–Porque…
–No.
Oye, no voy a negar que todos queremos volver a casa cuanto antes,
pero a veces las cosas pueden ser más rápidas si se toman con
calma. No nos hará ningún bien que te agotes. Creo que ahora mismo
necesitas un buen descanso. Trabajarás mejor si te relajas un poco.
Ahora deja de discutirme de una vez y vámonos de aquí.
Mientras
los demás pasaban el tiempo en la playa, Brannock y Sirhan se
dedicaron a tratar asuntos importantes. Así que aquel llegó a ser
algo así como un largo pero agradable día de vacaciones, de juegos
y risas para los que más disfrutaban de la playa. Antes de meterse
también en el agua, Cachet grabó algunas escenas del equipo
divirtiéndose y documentó lo relevante a Hedd y a la reparación
del buque, evitando en todo lo posible detalles que pudiesen
avergonzar al técnico.
Llegada
la noche, el equipo al completo se reunió en la playa. Ahora sí,
parecían haber olvidado por completo su naufragio. Situados en
círculo alrededor de una hoguera, el capitán del White Shark contó
algunas historias tradicionales de Tanzania y otras que había oído.
Durante su relato, Siana era la única que permaneció en completo
silencio, casi inmóvil. Después fue Cachet, con ayuda de algunos de
sus compañeros, quien habló a Sirhan de algunas de las expediciones
que habían realizado, aun sabiendo que la incomodidad podría
mantener a Siana (personaje principal en la mayoría de aquellos
momentos) casi en un silencioso segundo plano.
Una
vez terminado el festejo nocturno, las risas volvieron a dejar de
oírse, las sonrisas dejaron de alumbrar los rostros y las palabras
volvieron a sonar más hoscas. Se había dejado notar un
ennegrecimiento en el humor del equipo a medida que pasaban las
horas. Y todavía no llevaban allí ni dos días.
“¿Qué
vamos a hacer? ¿Cómo saldremos de esta isla? ¿Encontraremos ayuda
algún día? Dios, ¡no quiero morir aquí!”
Un
futuro incierto impedía conciliar el sueño a Cachet Voclain.
Buscando apartar los malos pensamientos de su mente, decidió
entretenerse revisando la cinta, semitumbada sobre su cama. Esa
agradable actividad lograba distraerla. Sonriendo durante las escenas
más divertidas, pensaba de antemano cómo sería editada la
grabación, cuando creyó oír algo.
“Estamos
en un barco –se dijo sin darle importancia–. Un barco varado y
destrozado. No pasa nada raro”.
Hizo
caso omiso de otro suave sonido similar. Sin embargo, la tercera vez,
que sonó algo más fuerte, más cercano, le sacó totalmente de su
actividad. Preguntándose entre dudas si habría alguien del equipo
deambulando por el buque, bajó de la cama para asomarse al exterior
del camarote. Al no oír nada más durante un rato, decidió
acercarse al dormitorio de Siana, la que con mayor probabilidad
seguía despierta a casi la una de la noche.
–¿Sia?
–llamó Cachet, asomándose lentamente por la puerta.
Sentada
frente a su mesa, Siana se desperezó bostezando para aminorar la
modorra.
–Pasa,
Cach.
Al
acercarse cerrando la puerta tras de sí, Cachet vio cómo su amiga
guardaba fotografías de su padre. ¿Había llegado en mal momento?
Las cosas relacionadas con la expedición, junto con su walkman,
permanecieron sobre la mesa.
–¿Aún
despierta? –preguntó la arqueóloga, con cierto tono de sorpresa
en su voz.
–¿Has
estado tú por ahí hace un rato?
–No
–Siana se mostró intrigada por la pregunta.
–He
oído cosas.
–El
barco está perforado. Y estamos en tierra salvaje. Podría…
–Creo
que el sonido venía de arriba. De este nivel.
–Podría
ser cualquier cosa. Sirhan ha dicho que el barco está bien sellado.
Salvo por el agujero del casco, claro. Pero eso está bajo el agua.
Un pez no va a subir hasta aquí para devorarte mientras duermes
–añadió Siana, con todo el humor que el sueño le permitió.
–Muy
graciosa…
–Si
hay alguien por ahí, probablemente sea Brannock patrullando. O el
capitán. No te preocupes.
–Vale…
Buenas noches.
–Buenas
noches.
A
pesar de la despedida, Cachet no se movió. Permaneció allí, de
pie, con una inmovilidad tensa. Cuando Siana se dio cuenta, volvió a
apartar la vista de sus documentos para mirarle, con una mezcla de
intriga y sorpresa. Quizá vio algo en su rostro.
–Cach,
saldremos de esta isla, ¿de acuerdo? –afirmó la arqueóloga–.
Todo irá bien. Seguro que Hedd podrá reparar la radio y…
–Sí.
Todo irá bien –repitió Cachet intentando convencerse.
La
presencia de Siana, así como su sonrisa, le inspiraban seguridad,
aunque no lograban disipar completamente su preocupación. Tratando
de asumir que no pasaba nada malo, con la mirada fija en el suelo,
volvió a su camarote casi con la misma prisa con la que se había
dirigido al de su amiga para dejar el oscuro pasillo y volver a la
relativa seguridad de su cubículo cuanto antes. En el viaje de ida
había recorrido el pasillo con cierta normalidad. Ahora en cambio,
en un gesto casi inconsciente, avanzaba ligeramente encorvada y con
los brazos cruzados sobre su impúdico pijama de verano.
Unos
sonidos, distintos a los que había oído antes, le detuvieron antes
de cruzar la puerta. Guardó silencio y borró todo pensamiento para
escuchar mejor, con la mirada en la dirección del origen del sonido.
La sangre bombeaba con furia en sus sienes. La repetición de aquel
ruido le provocó tal escalofrío que por un segundo fue incapaz de
respirar.
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