Capítulo 5: Frío Inmortal
Quinto capítulo de Frío Inmortal.
3
Presente
Como
planearon, Siana y Brannock fueron los primeros en pisar la pequeña
isla lapona junto a Cachet y Oziel. La joven directora era la más
sensible al frío a pesar de las gruesas prendas. Al quejarse de que
no podía mantener un plano lo suficientemente estático con la
cámara, Oziel olvidó su costumbre de tomar la delantera para
mantener a la temblorosa chica pegada a su costado. Debido a eso, fue
Siana quien caminaba por delante a largas zancadas, animando a sus
compañeros a acelerar la marcha por la profunda nieve mientras su
instructor insistía en pedirle que les esperase.
Descubrir
lo que descubrió, sólo aumentó las prisas de la joven aunque
célebre arqueóloga.
–Existen,
Brannock –afirmó, casi exclamando, con más prisa por explorar el
lugar que entusiasmo por haberlo hallado–. Las ruinas son reales.
Las
formaciones rocosas tenían aspecto de ser los restos de antiguas
columnas o paredes. Lo más sorprendente era que el material que las
componía no era piedra como se creía, sino madera. Siana creyó
reconocer en ellas rasgos de arquitectura vikinga, aunque también lo
que podían ser restauraciones de origen algo más moderno. Eso le
sugirió que, aunque hubiese sido de verdad un emplazamiento vikingo,
pudo haber sido tomado posteriormente por una civilización más
avanzada.
Lo
que tuvo claro era que hombres antiguos habían pisado ese lugar, que
nadie había vuelto a hacerlo desde hacía mucho tiempo y que el
descubrimiento podría interesar e incluso emocionar a su tío.
–Bien,
parece que son reales –reconoció Brannock–. Pero no saquemos
conclusiones precipitadas. No parece que haya más que este pequeño
recinto de… Calculo que de sólo unos diez metros cuadrados, como
mucho. Podría no ser más que…
–¿Algún
tipo de templo de algún dios?
–Sea
lo que sea, puede que no valga la pena instalarse por un puñado de
piedras y tablones derruidos.
Negándose
a aceptar que aquello no les llevase a ninguna parte, que no fuese
más que un montón de piedra y madera helada, Siana empezó a
deambular por el recinto propinando fuertes pisotones contra el suelo
y pateando la nieve para descubrir el suelo oculto bajo ella.
–Siana,
no hagas eso –ordenó Brannock.
Ella
siguió pisando como si no le hubiera oído. En uno de esos
pisotones, algo crujió bajo su pie.
–¡Ay!
–¡Sia!
–exclamó Cachet.
–¿Estás
bien? –Brannock ya corría hacia la aludida, hacha en mano, al
igual que Oziel.
–La
bota se me ha quedado atrapada –Siana forcejeó para liberarse–.
¿Una ayudita, chicos? –Su sonrisa divertida demostraba que no
había sido grave.
Antes
de que terminase de hablar, Oziel ya analizaba la mejor manera de
proceder a la extracción del pie, que parecía haberse encajado en
madera vieja. Cuando lograron liberar a Siana rompiendo algo más la
madera, descubrieron que su pie se había atascado en algún tipo de
portillo que conducía a un oscuro túnel con escaleras descendentes.
–¿Nos
instalamos ahora, Brannock? –preguntó la chica tras el
descubrimiento, más excitada de lo que pretendía exteriorizar.
El
equipo tuvo que hacer varios viajes en bote desde el Kraken
para descargar todo lo necesario: tiendas de campaña, equipos de
televisión, herramientas… Incluso Oziel se vio obligado a
permanecer allí, ocupado con los trabajos más duros, cuando lo más
probable era que, de haber tenido libertad, se hubiese alejado del
campamento para explorar la isla.
Desde
que descubrieron el túnel, Siana fue la única que se mantuvo
alrededor de las ruinas buscando algo más que pudiera interesarles.
Cuando un excitado Lord Myklebust llegó a tierra, se unió a la
labor de su sobrina, donde conversó entusiasmado con ella sobre
vikingos e historia nórdica antigua en general. Antes de dejar el
barco, ella había tenido que explicar a su tío cómo colocarse las
botas y algunas otras de aquellas prendas de campo a las que él no
estaba habituado mientras observaba, entre risas, cómo Blake
intentaba ponérselas erróneamente.
–Intentad
descansar y dormir con este frío. Mañana empezaremos a trabajar.
Como
estaba anocheciendo ya cuando el campamento estuvo listo y la energía
del equipo se encontraba diezmada por el agotador trabajo, Brannock
pretendió posponer la exploración de las ruinas hasta la mañana
siguiente. Sin embargo, tuvo algún detractor.
–Vosotros
descansad –Siana ya estaba completamente equipada para trabajar–.
Yo echaré un vistazo.
–Y
a mí me gustaría acompañarla –anunció Lord Myklebust como si
esperase el consentimiento del líder.
–Es
peligroso, Blake –recordó Brannock.
–Estoy
seguro de que mi querida sobrina me mantendrá a salvo –sonrió el
aludido, agarrando a la chica por el hombro.
–Aun
así no puedo permitirlo. Siana, no vas a ir a ninguna parte hasta
que te acompañemos todos.
–Sólo
llegaré al final de las escaleras y volveré, Brannock –replicó
la aludida–. Estaré bien. Oziel, ¿vienes?
–¿Tengo
elección? –preguntó sonriente el guardaespaldas, disponiéndose a
acompañar a su protegida.
–Bambola,
sabes perfectamente el peligro que corres –Fabrizio intentó
también disuadir a la impaciente arqueóloga.
–Sia,
espéranos, por favor –suplicó Cachet–. Espera a mañana.
–No
puedo –susurró Siana para sí misma, dándoles la espalda con los
nervios a flor de piel.
Una
parte de ella deseaba profundamente adentrarse en esas ruinas sola,
sin que nadie, ni siquiera Oziel o Cachet, estuviesen allí para
observar las emociones que pudiesen aflorar si daba con su padre,
emociones que prefería guardarse para sí. Sabedora de que Brannock
ofrecería una fuerte oposición, se planteó incluso salir con la
arrogante (o infantil) excusa de que era su expedición, de que ya no
era una niña y que haría lo que quisiera.
–Maldita
sea. ¿Cuántas veces tendremos que tener esta conversación?
–Brannock se irritaba–. Puede que Oziel no sea suficiente si os
pasara algo. ¿Y si os pasa algo a los dos? Para cuando lleguemos los
demás podría ser demasiado tarde. Lo que… pueda haber ahí abajo
ha permanecido ahí durante años –Siana pudo descifrar claramente
sus palabras, crípticas únicamente por hallarse en público–.
Puede esperar unas horas más. Esperarás a que estemos todos listos
y se acabó.
–Bueno,
tendremos que esperar, Siana –aceptó Lord Myklebust, que acarició
el hombro de la joven y se alejó de vuelta al campamento.
Siana
no se dio por vencida. Permaneció allí plantada, mirando a su
instructor a ceño fruncido.
Quizá
Oziel se diese cuenta.
–Reina,
deberías esperar –comentó él de forma que únicamente ella le
oyera.
–¿Tú
también? –preguntó ella con sorpresa.
Era
la primera vez que su amigo interfería en una de esas discusiones,
especialmente poniéndose en su contra.
Oziel
esbozó su sonrisa maliciosa.
–Tengo
tantas ganas como tú de adentrarme en esa penumbra –anunció
excitado el guardaespaldas–. Pero no puedo mantenerte a salvo de
todo. De nada nos servirá dar con el mayor descubrimiento de la
historia si no salimos de ahí vivos, ¿no? Y dudo mucho que tu
padre, si es que está ahí abajo, se vaya a mover –Tras la mención
de Lord Beynon, Siana desvió la mirada–. No puedo dejar que su
posible tumba acabe siendo también la tuya. ¿No querría también
él que esperaras?
–Supongo
que sí.
–Necesitamos
toda la ayuda posible. Sobre todo tú.
–¿Sobre
todo yo? –Siana se mostró extrañada, creyendo entender, en parte,
las palabras de su amigo.
–Oh
sí. Sobre todo tú.
Siana
reflexionó un momento. Luego resopló.
–Vale.
Esperaré –anunció en dirección a Brannock. Pero cuando nadie
tenía ya puesta su atención en ella, agarró a Oziel por un brazo
para arrastrarle fuera de la vista de los demás–. Necesito que me
ayudes.
–¿Qué?
–La sorpresa abrió mucho los ojos de su amigo.
–Tengo
intención de entrar en las ruinas cuando todos duerman. Quiero que
me acompañes. Y que me guardes el secreto.
–Me
opongo rotundamente a eso, Reina.
–Por
favor, Oziel. Necesito entrar. Ya hemos comprobado que el aire ahí
es respirable. ¿Vas a ayudarme? –Con el ceño fruncido, ella
agarraba con fuerza a su amigo.
–Si
el coronel se entera podría devolverte al Kraken
para encerrarte.
–Me
ha amenazado con eso más de una vez. Nunca lo ha hecho.
–Puede
que esta vez le obligues a sorprenderte. ¿Alguna vez has tenido
tanta prisa como ahora? Y si así te mantenemos viva, yo le ayudaré
si es necesario.
–¿A
encerrarme? –se sorprendió ella.
–Contra
mi voluntad, por supuesto –añadió Oziel con una ligera
reverencia.
Aunque
su sonrisa restaba credibilidad a sus palabras, Siana no tenía la
menor duda de que sería capaz de hacerlo.
–¡He
esperado mucho para esto! –La frustración llevó a Siana a golpear
el pecho de su amigo involuntariamente. Antes de que él pudiese
notar sus temblores, le soltó casi instintivamente–. De verdad
esperaba que al menos tú me apoyases.
–Y
lo hago. Pero si ahora dejo que hagas lo que pretendes puedo fracasar
de manera desastrosa en mi trabajo. Mi obligación es mantenerte viva
e intacta en la medida de lo posible, ¿no? Creía que ya habías
superado lo de tu padre.
–Lo
hice. Pero ahora estamos aquí. Ahora sé algo de él. No puedes
esperar que actúe como si nada. Como si nada de lo que ocurrió
fuese real.
–Si
ahora me metiese en ese lugar inexplorado contigo podrías
arrebatarme la exclusiva de loco –sonrió Oziel–. Y eso si
sobrevivimos. No es que vayan a impedirte entrar en ese sitio. Si no
haces ninguna tontería, al menos. Pero mejor que lo hagas con el
respaldo de los demás.
–Falta
tanto para mañana…
–Llevas
años sin saber nada de Beynon. ¿Qué son unas horas más de espera?
Después te prometo que no me separaré de ti y haré lo posible por
ayudarte a encontrar a Beynon, si es tu voluntad.
Siana
acabó dándose por vencida, reconociendo que, le gustase o no, sería
mejor esperar. Durante la última comida del día llenó su estómago
junto con los demás. Apenas dijo nada. Apenas prestó atención a lo
que sus compañeros decían mas que cuando le preguntaban algo.
Cuando todos se metieron en las tiendas, se enfundó completamente en
su saco para protegerse del frío.
Durante
largo rato intentó dormir, apartarlo todo de su mente. Pero el frío,
y sobre todo por la ruidosa tienda (a la que el viento agitaba con
violencia), le impidieron pegar ojo.
No
es que fueran esos los únicos motivos.
Al
final no pudo más. Salió del saco con cuidado, asegurándose con
cierta envidia de que Cachet, su compañera de tienda, era capaz de
dormir. Volvió a cargarse los bártulos casi completamente a ciegas
y se asomó al exterior. Cuando le pareció que no había nadie
rondando, volvió a comprobar que el viento que había dejado entrar
no había despertado a la durmiente y salió al aún más gélido
exterior.
Ninguna
luz manaba de las otras tiendas. Su desagrado por las islas (o su
temor latente a acabar otra vez atrapada en una) le llevó a
comprobar que la oscura y tranquilizadora silueta del Kraken
seguía en su sitio. Con sigilo, se alejó del campamento para
después dar un rodeo hacia las ruinas, buscando impedir que alguien
hallase su rastro en la nieve, lo que probablemente provocase a que
todo el campamento despertase y se apresurase a buscarle si no le
encontraban allí para entonces.
No
tenía intención de tardar demasiado en volver, de todos modos.
Al
llegar a las ruinas, comprobó una vez más que nadie le vigilaba
antes de abrir el portillo con cuidado y bajar las escaleras, con la
linterna en una mano y su piolet en la otra.
Los
escalones, bastante estrechos y desgastados por el uso, descendían
hasta unos diez metros aproximadamente. Siana examinó cada rincón
del túnel para asegurarse de que no había ninguna trampa, nada que
pudiese hacerle daño. No vio nada extraño y, aun así, sabía lo
peligroso que podía ser bajar la guardia. Deseaba con afán gritar
llamando a Lord Beynon en la probablemente absurda esperanza de
recibir respuesta, pero también, debido a su respeto por las tumbas
o lugares sagrados, y aunque no sabía aún qué era aquel lugar,
sintió un extraño temor por profanar el silencio de aquella manera.
A cada escalón que pisaba, a cada paso que daba hacia el interior de
la tierra, su corazón se aceleraba más y más.
El
túnel no mostró de ningún modo que hubiese sido construido por
vikingos ni por ningún otro pueblo. De hecho, Siana nunca había
oído que alguna civilización de aquellos tiempos excavase en la
tierra de aquel modo. No obstante, cuando llegó al final de la
escalera, todo cambió. Llegó a una pequeña cámara, algo así como
un vestíbulo con una puerta doble de madera vieja que parecía estar
agujereada a hachazos. Las paredes mostraban lo que parecían ser
grabados de guerreros en batalla tallados en la roca.
Siana
estaba cada vez más desconcertada. ¿Era realmente escandinava la
manufactura de aquel lugar? Carecía de conocimientos que le
permitiesen identificarlo fiablemente.
Intentando
descifrar el misterio, la luz de su linterna recorrió la estancia,
permitiéndole dar con tres objetos de tiempos remotos: partes del
equipamiento de legionarios romanos de entre los siglos uno y dos
después de Cristo, como una armadura lorica
segmentada, una espada gladius
y un casco gálea,
colgados en la pared a modo de adornos o trofeos.
Con
la naturalidad de quien está acostumbrado a ese tipo de hallazgos,
Siana se acercó para examinar las muestras romanas, lo que había
supuesto que serían restos de guerreros escandinavos y que, sin
embargo, eran mucho más antiguos.
Aquellos
objetos no encajaban allí.
–Romanos
–susurró al reconocer las armaduras–. Equipamiento de cinco
legionarios romanos.
Cogió
con cuidado una de las gladius,
una vieja espada de batalla de medio metro de longitud. Aquello era
lo más extraño que había encontrado nunca. Tenía sus dudas sobre
que los romanos hubiesen llegado alguna vez hasta aquel territorio,
puesto que nunca se había documentado tal hecho. Por otro lado,
aquello podría aportar nuevos datos históricos, así como debates.
¿Habían llegado los romanos a Noruega? ¿Fue una misión de
exploración? ¿Habían llegado a tierra desconocida tras perderse en
el mar? ¿O tal vez habían sido capturados? ¿Habrían tenido algún
encontronazo con vikingos? Esto último parecía lo menos probable,
puesto que se creía que los vikingos eran de una época posterior al
Imperio.
La
presencia de romanos en aquel lugar remoto, que probablemente habían
muerto de frío y de hambre tratando de evitar una muerte violenta,
era algo que difícilmente obtendría una explicación clara.
De
repente, algo frío rozó su cuello, Siana soltó la antigua espada y
permaneció inmóvil, sin saber cómo reaccionar.
–¡Sí,
romanos!
El
miedo inicial de la desprevenida arqueóloga se convirtió lenta y
dudosamente en alegría. Lo primero que esa voz le llevó a pensar
era que alguien conocido pretendía darle un susto, como muchas veces
había hecho durante su infancia.
Al
volverse para comprobar la identidad de su inesperado interlocutor,
se irritó.
–¡Joder,
Oziel! Me has asustado.
Pero
el motivo de su enfado (que le llevó también a sentirse estúpida)
no era el sobresalto. Ni siquiera que le hubieran descubierto en ese
lugar. Se trataba de que aquel que le había sorprendido con la
guardia baja no resultó ser quien había esperado, destruyendo
completamente su momentánea alegría.
–Lo
siento, Reina –La sonriente y ladeada mirada de Oziel sugería que
sospechaba de la autenticidad de las palabras de ella–. No
pretendía molestarte, pero…
–¿Brannock
te ha ordenado vigilarme?
–Me
lo pidió. Sospechaba igual que yo que podrías hacer alguna
tontería. Pero no estoy aquí por él. Tú me has obligado a venir.
Que arriesgues tu vida me pone en un serio compromiso.
–Interesante
manera de decir que te preocupas por mí –sonrió burlona Siana–.
¿Cuánto tiempo llevas aquí?
–Llevo
esperándote en la oscuridad desde bastante antes de que tú
aparecieras. Un poco más y habría muerto de aburrimiento en este
silencioso y oscuro agujero.
–Tampoco
es que me sorprenda que estés aquí –Ella volvió a mostrarse
burlona, aunque no muy sonriente.
–Sabía
que no podrías resistirte a venir. Tus ojos te delatan.
Aceptando
que la excursión había terminado, Siana se sentó sobre el altar,
desde donde echó el que debía de ser el último vistazo a la
estancia con su linterna antes de volver al campamento.
–¿Alguien
más lo sabe?
–No
que yo sepa. Así que… ¿estás empeñada en cruzar sola esas
puertas?
–Tú
ya las has cruzado, ¿verdad?
–No.
–Pf…
No me tomes el pelo.
–Si
no hubiera tenido que esperarte para impedirte a ti hacerlo… tal
vez lo habría hecho.
Con
un fuerte brillo en sus ojos violetas, agitando las piernas hacia
delante y hacia atrás como una niña traviesa, Siana miró fijamente
a Oziel.
–¿Echamos
un vistazo los dos? –preguntó. Mientras Oziel rumiaba su
respuesta, su mirada oscilaba entre Siana y las viejas puertas–.
Venga, sólo echar un vistazo al otro lado. Ni siquiera cruzaremos
las puertas.
Oziel
rió.
–Lo
mismo dirás antes de cruzar la próxima puerta. Y así
sucesivamente.
–Sé
que lo que te preocupa es que me meta ahí sola. No estaré sola, E
INSEGURA, si vienes conmigo. Tú también estás deseando entrar.
Ahora
Oziel enfundó su espada y se sentó al lado de su amiga.
–Me
tientas. Pero no puedo picar esta vez.
–Ni
dejar que vaya yo… –aventuró ella. Con un suspiro, se tumbó
sobre el altar.
–Mírate
–Oziel cogió la mano de ella para mostrarle sus propios
temblores–. Necesitas nervios de acero para aventurarte ahí. Y no
los tienes. No esta vez –Siana bufó airada, liberando su mano con
violencia–. Pero… –Esa intrigante pausa llamó la atención de
la arqueóloga, que volvió a mirar a su amigo– creo que puedo
ayudarte.
Sin
saber qué hacer o decir mas que permanecer a la espera de la
resolución del misterio, Siana observó con intrigada atención cómo
Oziel se levantaba para situarse frente a ella.
–¿Qué
coño haces? –indagó sorprendida entonces, incorporándose en un
movimiento automático cuando él empezó a tirar de los pantalones
de ella.
–Intento
tranquilizarte. Tranquila, Reina, sólo será algo oral –sonrió el
guardaespaldas.
“No
–quiso decir Siana–. Para”.
Se
repitió varias veces esas palabras y, sin embargo, no fue capaz de
emitir sonido alguno mientras observaba proceder a su atrevido amigo.
Le incomodaba aquella osadía, aquella inesperada e incómoda
situación. Aunque no tanto como de le habría escandalizado unos
cuatro años atrás, cuando era más insegura. En realidad, su mente
apenas estaba allí. Lo que más le tensaba era que eso fuese a pasar
en aquel lugar. Las tumbas, los muertos, eran algo que respetaba
profundamente. Pero le tensaba aún más que Cachet pudiese sentirse
de algún modo traicionada si se enteraba, además de la posibilidad
de despertar algún tipo de tensión con Fabrizio.
Y…
¿qué necesidad había de que se enterasen?
Era
muy poco probable que aquello se repitiera. Y tampoco es que fuera a
salir de allí emparejada con Oziel. De eso estaba bastante segura, a
pesar de las dudas que aquel momento tan nuevo llegó a despertarle.
No
obstante, cuando Oziel estuvo lo bastante cerca como para bañar sus
ingles con su aliento, olvidó toda preocupación. Un latigazo
recorrió su columna obligándole a volver a tumbarse, con la espalda
doblada en un agudo ángulo, cuando su amigo inició su placentera
actividad. Fue algo suave y agresivo al mismo tiempo. Siana olvidó a
sus amigos. Incluso a su padre. El frío dejó de existir. Apenas se
acordaba siquiera de la presencia de Oziel.
Sin
poder dejar de retorcerse entre silenciosos gemidos, perdió la
conciencia de todo durante minutos que parecieron segundos, hasta que
el estallido de su cuerpo, así como el potente y alarmante eco que
resonó en aquel subterráneo, pusieron fin.
Capítulo 1 aquí.
Capítulo 2 aquí.
Capítulo 3 aquí.
Capítulo 4 aquí.
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Capítulo 2 aquí.
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