Capítulo 3: Divididas


Tercer capítulo de Divididas.


3



Gregor acompañó a Edén hasta Kenora, una pequeña ciudad situada junto al Lago de los Bosques. Aunque sus enemigos de la juventud estaban muertos, Ontario seguía siendo la provincia canadiense que ella menos deseaba pisar. Aun así, se vio obligada a ir. Habría sido ridículo enviar a Gregor mientras ella se quedaba sola y más vulnerable en Surrey, quizá sin atreverse a hacer nada más que esperar su regreso. Por otra parte, parecía lo mejor reencontrarse en persona con Aiden Freeman, el alegre moreno que había sido otro buen amigo del internado.
Por lo menos mantendría cierta distancia con la ciudad de Toronto y sus cercanías.
Aiden había cambiado bastante. Aquella fría mañana se encontraba en el gimnasio en el que trabajaba. De vez en cuando compartía cariñosos gestos con una atlética mujer de llamativos ojos verdes, una cliente del lugar. Edén observaba a su viejo amigo desde el exterior del edificio, estudiándole, preguntándose si él le reconocería o si se alegraría siquiera de verle mientras recordaba las travesuras que habían compartido con él, los juegos, las risas… Le inspiraba cierto temor que él no le reconociera o que se irritase.
¿Prefieres hablar a solas con él? –A Gregor pareció impacientarle la espera.

Sí. Iré sola.
Al entrar en el gimnasio, pudo ver los trofeos que varios de los empleados habían ganado en distintas pruebas deportivas. Aiden en particular parecía destacar en maratones, lo que no fue sorprendente.
Freeman.
Al oír la llamada, Aiden se volvió para fijar en Edén su mirada. Con una sonrisa, se acercó a ella. La aproximación de aquel hombre de ahora tan notable presencia despertó en Edén el viejo instinto de juventud de retroceder un paso, de mantener cierta distancia.
¿Puedo ayudarle?
Estás hecho una bestia, Aiden.
¿Le conozco? –preguntó él con sus pequeños ojos azules entrecerrados.
Parece que estés mirando a un fantasma. Algo en mí te resulta familiar, ¿verdad? –Edén se desprendió de la capucha y de las gafas de sol para dejarse ver mejor–. Tu mirada lo dice.
Mmm…
Me conoces bien. Fuimos… bastante íntimos.
Aiden le examinó de arriba abajo.
¿Dice que usted y yo fuimos…?
No me digas que has olvidado las carreras –sonrió Edén–. O cómo te tentaba para ir constantemente detrás de mí –Intentó hacerle recordar con viejos gestos como el de propinarle pequeños golpes con el trasero en la entrepierna–. Aunque supongo que no serán cosas que no hayas podido hacer con otras durante los últimos años. Desde que pasábamos la adolescencia en el… En Toronto. Nunca llegamos a besarnos pero estuvimos a punto de hacerlo, a escondidas de los… profesores. ¡Venga, no he cambiado tanto, creo!
Creo que me acordaría si yo… –empezó a decir Aiden, reflexivo, antes de que los recuerdos iluminasen su faz, aunque aún con algo de inseguridad–. Tú… No, no puede ser.
¿Lo sabes ya?
¿Kim?
En persona.
Una mierda –De pronto la alegre expresión se convirtió en una hostil. Aiden apretó los puños–. Sólo conozco a una Kim. Y por lo que yo sé, es imposible que esté aquí. Jugar con amigos míos es una idea peligrosa, señorita. ¿Quién coño eres?
Sí, Aiden –Recordar las numerosas veces que tuvo que luchar por convencer a su amigo de algo hizo reír a Edén–. Soy yo de verdad.
¿Culoflaco Kim? Ni hablar.
¡Eh! –Edén le golpeó con el puño en el pecho–. Sólo me llamaba eso mi tío. Ojalá no lo hubieses oído nunca. Pero sí, soy yo.
No me lo creo.
Cuando estábamos a solas, me llamabas K. ¿Quién más sabía eso?
¿K?
¿Ya me crees?
No me jodas. ¡K!
Aiden levantó a Edén del suelo con su abrazo. Pasando por alto el dolor y el leve rechazo que aún le hacía sentir el fuerte contacto físico, ella le devolvió el gesto, dejándose llevar por su propia alegría, por su añoranza. Había esperado aquello desde que salió de Surrey. La agradable calidez al unir la piel de su rostro con la de él le hizo sonreír de nuevo con los ojos cerrados. No le habría importado quedarse en esa posición más tiempo.
Yo también me alegro de verte –asintió con voz ahogada–. Pero ahora me llamo Edén.
¿Edén? –Él le miró extrañado.
Te lo explicaré luego. ¿Me devuelves al suelo?
Sí. Tú también tienes buen aspecto.
Pues no estoy tan bien como parece –Edén se frotó instintivamente el guante izquierdo.
¿Qué coño pasó? Dijeron que podrías haber muerto junto con algunos profesores en el internado cuando se…
Lo sé –Edén se apresuró a interrumpirle, desviando la mirada.
No he sabido nada de ti desde entonces.
Ya, lo siento.
Joder, estuve muy preocupado. Me sentí como una mierda, ¿sabes?
Lo siento mucho. Es… una larga historia.
Ni de coña vas a librarte de contarme esa historia. Me la debes.
¿Podemos hablar fuera?
Claro. Dame unos… –Aiden miró su reloj de pulsera– veinte minutos y estoy contigo. Y no se te ocurra desaparecer otra vez.
No pienso ir a ninguna parte.

Aproximadamente veinte minutos después, los viejos amigos paseaban junto al lago. Aunque era un buen día de sol, la ciudad estaba nevada. Edén iba mirando al suelo, a las huellas de los transeúntes, buscando la manera de relatar los acontecimientos. Sólo de vez en cuando miraba con disimulo a su alrededor para comprobar que nadie les observaba. Había vuelto a ponerse las gafas y la capucha. El miedo que había mantenido en cierta medida a raya durante catorce años se había hecho algo más fuerte desde que volvió a Canadá.
Vale, Edén o como te llames ahora, empieza a contarme esa historia ahora mismo –Ordenó Aiden.
Edén quiso contárselo todo. Desgraciadamente, no encontró el modo de hacerlo sin hablarle de sus enemigos o de lo que pretendía hacer.
Pero… ¿por qué te fuiste a Alaska? –A Aiden no le satisfizo la historia contada a medias–. ¿Por qué te cambiaste el nombre?
Es… algo que prefiero guardarme. No te lo tomes como algo personal. Es por mi propia seguridad.
Una mierda. Zorra, vas a contarme por qué coño me has hecho creer que estabas muerta hasta ahora –Aiden empleó el viejo apelativo que usaba con ella de forma amistosa, aunque su expresión no era precisamente agradable–. ¿Estás en problemas? Suena a que huyes de algo o alguien.
No.
¿No? –desconfió él.
No estoy segura. Yo… –Otra vez, a Edén le faltaron las palabras, y esta vez no fue por preferir evitarlas.
Recuerdo que prometí que estaría a tu lado siempre que fuera posible. Y lo mantengo. Estuve ahí cuando te hacían daño las monjas, ¿no?
Monjas… –A Edén casi le divirtió el uso de aquel apelativo.
Si estás en problemas, necesito saberlo.
En serio, Aiden. No tienes que preocuparte. Estoy bien. Todo va bien.
¡Y una mierda! Has cambiando. ¿Entonces nuestra amistad se ha perdido durante estos años?
Desde luego que no. Seguimos siendo amigos. Es sólo…
Los amigos se cuentan sus problemas. Así que me pregunto por qué te has molestado en venir, desde Alaska nada menos, si ya no soy nadie para ti. ¿Qué cojones quieres de mí?
Edén notó que su amigo empezaba a tratarle como a una extraña, que incluso rechazaba ya su compañía. Fue como si la aparente imposibilidad de restaurar la relación (al menos hasta cierto punto) que había habido entre ambos apretara su corazón hasta hacerlo estallar. Nunca había sentido nada parecido, lo que le demostró el profundo apego que sentía por él, un apego que nunca creyó sentir por nadie ajeno a su familia.
Necesito tu ayuda, Aiden –se lanzó a ir ya al grano.
¡Por fin! Parece que empiezas a ceder. Ahora mi pregunta es… ¿cómo quieres que te ayude y por qué?
¿Aún conservas la colección de cuchillos y machetes?
¿Has venido a por cuchillos y machetes? –se sorprendió Aiden–. ¿Sólo has venido a eso?
¡Claro que no he venido sólo a eso, idiota! Necesitaba verte, recuperar la amistad.
Ya…
Pero… necesito esos machetes.
¿Por qué necesitas mis machetes, Edén? –interrogó él. Ella vaciló–. Joder, ¿por qué te cierras a mí a estas alturas? ¿Ya no me consideras de confianza?
Confío en ti como en mi familia.
No pienso darte nada hasta que sepa qué diablos está pasando. Si no piensas decírmelo, voy a tener que pedirte que te largues, que vuelvas a Alaska o a donde te de la gana y que me dejes en paz. Sólo les presto mis cosas a mis amigos. Vas a hacer algo malo, ¿no?
No.
Parece obvio que piensas trocear algún tipo de carne con esos machetes. Y algo me dice que no de ganado precisamente. Un machete no tiene muchos más usos. ¿Necesitas librarte de un cuerpo o algo así?
Coño, Aiden, si así fuera, ¡¿crees que debería decirlo?!
¿A mí? Debes. No pienso permitirte hacer alguna estupidez.
Puede ser… peligroso para ti. Sí, puede que esté en problemas. O que esté a punto de meterme en alguno.
Eso me parecía.
No quiero meterte en ellos, ¿vale? No deberías meterte. No quiero estropear tu vida. Y no…
¿Y no qué?
No me creerías.
Psché –Aiden le dio la espalda, perplejo por lo que oía. Edén sospecho que se sentía incluso ofendido. Ella misma se habría sentido así–. Así que es cierto. Piensas cargarte a alguien. O te has cargado a alguien.
Ella se planteó negarlo.
Por favor, sólo dame lo que te pido.
Es como si creyeras que no volveremos a vernos. ¿Crees que va a pasarte algo? ¿Por eso prefieres que no sepa nada? ¡¿En qué coño estás metida?!
No sé lo que pasará. Y no es tú problema, joder. ¿A qué viene esto? ¡Nunca antes me habías pedido explicaciones por nada!
Supongo que he madurado. Ya no soy aquel cachorro idiota. Ni eres tú ya la chica a la que quiero. Esta vez no bastará con que me enseñes ese culo para hacer conmigo lo que te de la gana. ¡Y nunca me dijiste nada tan inquietante como lo que me estás pidiendo ahora! Nunca me dijiste que tuvieras problemas. O que pesaras cometer…
No pretendo volver a ocupar tu atención. Preocúpate por esa morenaza con la que estás ahora. Sigue con tu vida. Dame lo que quiero y olvida que me has visto.
¡De eso nada! Te presentas aquí después de años, me das a entender que algo malo podría pasar o podrías hacer, ¿y quieres que siga con mi vida como si nada? ¿Que te permita hacer una probable estupidez y que me desentienda de todo como si fueras una cualquiera? ¡Fuimos amigos, maldita sea! Y no un par de amigos cualesquiera, diría yo. Yo no olvido a un buen amigo así como así. Y mucho menos dejo que haga tonterías. Tú en particular dejaste una gran huella en mi memoria. Para bien o para mal. ¡Y ahora eres tú quien me preocupa!
Hablo en serio. No quiero relacionarte con mis… cosas.
¡Pero vas a hacerlo! Si te doy mis machetes, seré cómplice de… lo que se suponga que planeas, que desde luego no tiene pinta de ser bueno. K, necesito saber en qué estás metida. Sólo quiero ayudarte. Permíteme hacerlo.
No creerías una sola palabra.
Pruébame.
Te reirás de mí. Y ya no necesito que me protejas. Ya no soy aquella niña…
No tengo motivos para no creer lo que digas. Aunque pensándolo bien, hace siglos que no sé nada de ti. A lo mejor ahora sí que eres una mentirosa. Una criminal desconocida a la que tendré que echar de mi ciudad a pesar de lo que fuimos. Y lo de que no necesitas protección me convence cada vez menos. Deja de preocuparte por mi maldita vida y cuéntame ahora mismo qué cojones está pasando en la tuya.
No pienso empezar a mentirte ahora.
Entonces habla o vuelve a desaparecer de una puta vez para no volver. ¿Te das cuenta de que me estás dando motivos para llamar a la policía? Por favor, dame un motivo para no hacerlo.
Edén reflexionó un momento. Al no ver más opción que contar la verdad y sobre todo por la amenaza de la policía, decidió confesar con palabras vacilantes.
Vampiros, Aiden.
¿Eh?
Estoy metida en un… problema de vampiros.
¿Dices que tienes una plaga de murciélagos o algo así? ¿Y que piensas cargarte a las pobres criaturas a machetazos? Siempre has sido bastante bruta, pero eso ya…
No. Una plaga es, desde luego. Pero no de murciélagos.
¿Entonces qué?
Mis vampiros son más del tipo Drácula.
Deja de tomarme el pelo, ¿quieres? No es el puto momento.
¡Vampiros, Aiden! ¡De los de las películas! ¡Los que muerden a la gente! –Aiden permaneció mirando a Edén con los brazos cruzados y ojos entrecerrados, como intentando entender–. ¡¿Lo ves?! ¡Por eso no quería decir nada, joder! Ahora me tomarás por mentirosa o por loca.
Vampiros –repitió él, despacio, con aire reflexivo.
Son reales. Me conoces: sabes que yo no miento. ¿Crees que iba a hacerlo con una estupidez así? ¿Crees que iba a pasar años escondida por esa mierda si no fuese real? Nunca fue mi intención ir a Alaska. Yo también te he echado de menos.
Los vampiros existen, señor Freeman –Gregor se había acercado a ellos por detrás, en silencio.
¿Quién es ese? –le preguntó Aiden a Edén.
Gregor Wallace.
Wallace. ¿Es el poli que te…?
Ya no es poli. Pero sí, es él.
¿Ha venido a arrestarle? –Ahora él se dirigió a Gregor, con calma pero con el ceño fruncido–. ¿Ha hecho algo malo? A lo mejor usted quiere contarme qué está pasando sin cuentos.
Está conmigo, Aiden –intervino ella–. Hemos venido a pedirte ayuda.
¿Así que él también está metido en… lo tuyo? ¿Qué ha pasado contigo durante estos años? Detestabas a los polis.
Fue él quien me metió en esto.
¿Qué? –Ahora sí se irritó Aiden, quien agarró a Gregor por las solapas–. ¿En qué clase de mierda pretendes meter a mi amiga, poli?
Calma, amigo –pidió el agredido con las manos en alto–. Puedo explicártelo.
¡Estoy aquí por mi propia voluntad! –bramó Edén, irritada–. Él no tiene la culpa de nada.
Su amiga no ha mentido –insistió el ex policía mientras se arreglaba la ropa, ya libre de las grandes zarpas de Aiden.
Lo sé –asintió el musculoso.
¿Me crees? –se extrañó Edén.
Como he dicho, me creo todo lo que salga por la boca de esta chica. Le he visto derramar lágrimas confesando cosas muy embarazosas y hasta dolorosas incluso a quien menos le incumbía conocerlas. Seguro que hasta un poli como tú sabe de ella todo lo que necesita saber.
Yo tampoco tengo motivos para no creerlo –asintió Gregor.
Si ella dice que el maldito yeti existe, es que existe –Después Aiden se dirigió a Edén–. Pero… ¿qué cojones tienes tú con esos… vampiros?
Esa es otra historia que no debería contarte pero que lo haré después, si tu terquedad te obliga a insistir.
Oh, soy MUY terco.

Aiden llevó a sus dos visitantes a su apartamento. Allí, mientras Gregor examinaba el arsenal oculto de armas de filo (entre las que se contaban antiguos y ornamentados puñales) Edén le contaba a su amigo todo lo que pasó desde el día en el que se escapó del internado hasta su derrumbamiento. Le habló del dominio de los vampiros en el centro de estudios, de que intentaron convertirle. Le confesó incluso sus crímenes más graves, la muerte de Evander Jacot y hasta la de Drake Rayder.
Joder… –Aiden quedó impresionado.
Es difícil de creer, ¿eh? A mí misma me cuesta aún creerlo. Pero la muerte de Evan fue muy real. Yo… Joder, murió en mis brazos. No puedes imaginarte lo que fue. El final de su vida fue también como el final de la mía.
Me lo creo todo. Pero lo que te ha pasado… ¿Confías en ese poli? Nunca fue fácil para ti confiar en nadie más que en tu familia. Y con las cosas que has hecho…
De no ser por él, ahora podría estar muerta. O en prisión. Así que sí. Se me hace raro decir esto pero confío en ese hombre.
Qué giros da la vida…
Espero que no me veas como a un monstruo después de lo que he… No estoy orgullosa de lo que hice. Ni te lo habría contado si no confiara en ti. Me da mucha vergüenza.
Que estuvieses orgullosa sería lo que me preocuparía. En realidad te admiro. Puede que hayas hecho cosas… horribles pero eres una superviviente. Te agradezco que sigas confiando en mí lo suficiente como para contarme semejantes cosas.
Gracias por ayudarme, Aiden –Edén le abrazó a modo de despedida–. Sé que no tenías por qué.
¿Volvemos a eso? Por lo que a mí respecta, sigues siendo mi amiga. ¿O estoy equivocado?
No te equivocas.
Claro que tengo por qué. Aunque no me hace gracia dejarte con semejante marrón. Me siento como un auténtico gilipollas por dejar que me convenzas de permitir que te juegues la vida así. Aunque preferiría “seguir con mi vida” y no meterme en algo tan peligroso, debería ir contigo.
No puedo perderte también a ti. Ni dejar que te conviertas en un criminal.
Ni yo que te conviertas tú en eso.
Yo lo soy desde hace mucho –anunció Edén, triste–. Tal vez por eso nos hayamos reencontrado… en estas circunstancias. Aunque te agradezco mucho tu preocupación, lo mejor que puedes hacer es pasar de toda esta mierda. No te metas. No puedo permitírtelo.
Aiden resopló. No le gustaba aquello.
Como quieras… Al menos tienes al poli contigo. Cuídate mucho, ¿me oyes? Más vale que vuelva a verte. Aunque tenga que ir yo a Alaska o al confín del mundo. No vas a poner fin a nuestra amistad así como así. Y dales duro a esos vampiros.
Así que aún me quieres –afirmó ella, juguetona.
Como a una amiga –sonrió él, sin seguirle el juego–. Aún eres importante para mí.
Pienso volver. Cuando esto termine. Aunque puede que pasen otra vez años antes de eso. O puede que…
Ni se te ocurra decirlo. Si sigues siendo la que conozco, vas a volver. Y que no pasen demasiados años. Como seamos unos vejestorios para entonces, me cabrearé. Pondré fin a la relación inmediatamente y te echaré a patadas de mi puta casa.
Avisada estoy –Edén no se mostró muy alegre.
Como te dejes matar en esta guerra tuya, buscaré tu maldita tumba, si la hay, y cagaré sobre ella. Me importa una mierda que esté en casa de algún familiar tuyo o donde sea.
Aún sin soltarse del abrazo y mientras le agarraba a Aiden el trasero con fuerza con ambas manos, Edén preguntó en tono juguetón:
¿Quieres tocar por última vez este culo ya no tan flaco ahora que aún está en su sitio? Por los viejos tiempos. Tu morenaza no tiene por qué saber nada.
Aiden sonrió también.
No iré por ahí, zorra.

Primer capítulo aquí
Segundo capítulo aquí
Cuarto capítulo aquí.

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