Mi novena novela: Divididas
Divididas es la segunda y última parte de la serie Perdidas.
Sinopsis:
Catorce años después de los sucesos de Rotas, Kimberly Rayder, ahora llamada Edén Neville y refugiada en Alaska, vuelve a encontrarse con un viejo y poco amistoso conocido, quien, pidiendo su ayuda, le lleva a volver a Canadá, país al que se había prometido no volver jamás, para para bien o para mal, enfrentarse a sus también viejos enemigos.
ISBN papel: 978-1-365-83308-3
ISBN ebook: 978-1-365-83316-8
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Fragmento del libro:
Prólogo
Era
algo que siempre, desde muy joven, había ocupado un puesto, no
precisamente de honor pero sí importante, en la mente de Gregor
Wallace. Era algo que preocupaba a este hombre hasta el punto de
haber acabado decidiendo alzarse en su contra. Y especialmente desde
hacía unas semanas, pensaba con pesar en las generaciones jóvenes,
en cómo el crimen, con su poder de corrupción, podía moldear
inevitablemente a una persona inocente, a una víctima, transformarla
para siempre, hasta quizá convertirla en otra despreciable criatura
como si del sistema de reproducción de una especie degenerada se
tratase.
Gregor
se arrebujaba en su abrigo, muerto de frío, hasta casi romperlo.
Aunque detestaba estar en el extremo más septentrional del
continente americano y encima entrando en invierno, había tenido que
viajar hasta Anchorage, una ciudad de la costa sur de Alaska. Ya se
sentía mayor para aquello, para todo en lo que estaba metido. Del
mismo modo, tampoco soportaba ya las bajas temperaturas como antes.
Su
búsqueda le había llevado a varias poblaciones de la costa norte
del estado para preguntar en compañías petroleras. La información
más reciente que tenía de la persona a la que buscaba era que había
estado trabajando en un barco de petróleo. Al parecer, esa
información había cambiado, lo que no fue sorprendente dado el
motivo por el que aquella persona se había mudado a Alaska. Mudanza
que el propio Gregor le había ayudado a realizar.
Al
final tuvo que recurrir a su influencia policial, logrando al fin una
pista de la ubicación de alguien que parecía coincidir con la
descripción que casi nadie reconoció.
Por
suerte esa descripción no había quedado demasiado desfasada.
Siguió
la pista hasta el campamento de trineos de perros llamado Malamute
Land. No le pareció un mal lugar en el que su objetivo hubiese
decidido instalarse, aunque quizá sí que era peor que un barco para
su propósito.
¿Acaso
su objetivo había olvidado finalmente ese propósito para llevar una
vida mas tranquila?
Fuese
como fuese, esa persona había vivido con un par de zorros además de
con caballos en Calgary. Tampoco parecía extraño que le gustase
estar allí, rodeada de criaturas.
Gregor
observó a los alegres animales, entre los que se contaban huskies
siberianos, alaskan malamutes y algún perro de Groenlandia. Los
entusiasmados turistas reían acariciando a los cánidos y se
amontonaban esperando con entusiasmo su turno para disfrutar de la
aventura. Los recuerdos de su familia que aquello le traía a Gregor,
instaló en su faz una sonrisa triste.
–¿Puedo
ayudarle? –Un hombre de pelo negro, mandíbula prominente y
carrillos hundidos, bastante delgado pero de presencia imponente y
una cabeza más alto que Gregor, le sobresaltó, interrumpiendo su
observación y sus taciturnos pensamientos.
–Sí.
Estoy buscando a… a Edén. Edén Neville.
–Puede
hablar de trineos conmigo, caballero.
A
Gregor no le pasó desapercibido que la sonrisa del tipo se suavizara
ligeramente, al mismo tiempo que su ceño se arrugaba. Le sorprendió
el repentino cambio de actitud. Sólo un poco.
–No
es un viaje lo que busco, amigo –respondió–. No estoy aquí de
turismo. Soy un viejo conocido de Edén. Me han dicho que tal vez
podía encontrarle aquí. Me gustaría hablar con ella –El
alasqueño le examinó con recelo–. Oiga, he venido desde Canadá
para esto –insistió Gregor–. Es evidente que conoce a Edén. Es
importante que le vea, por favor. Como he dicho, soy un viejo amigo.
–¿A
quién debo anunciar?
–A
Gregor Wallace.
–Acompáñeme,
por favor.
Gregor
siguió al tipo hasta una de las cabañas de madera más grandes del
lugar. Una vez en la puerta, tuvo que esperar en el exterior, desde
donde pudo oír al alasqueño hablar con alguien en un idioma que
desconocía, entendiendo únicamente entre sus palabras los nombres
de Edén y Gregor Wallace. La respuesta femenina tardó un rato en
llegar. Él llegó a temer que la chica se negase a recibirle. E
incluso que le expulsara del campamento sin verle siquiera. Opciones
para las que él ya se había preparado, de todos modos. Cuando Edén
respondió por fin en el mismo idioma, Gregor se preguntó intrigado
qué aspecto tendría aquella joven e indómita adolescente que
conoció catorce años atrás, en el lejano mil novecientos ochenta y
dos. Ahora debía de ser una mujer de unos veintiocho años.
El
alasqueño se asomó por la puerta, sin haber cambiado su severa
expresión.
–Puede
entrar.
El
interior de la cabaña era sorprendentemente cálido, aunque no
demasiado. Tras recibir la dirección en la que ir, Gregor tuvo la
libertad de caminar a solas hasta lo que parecía algo así como un
gimnasio, en el que había algunas barras, pesas y otros aparatos de
ejercicios. Casi no pudo creer el enorme cambio físico que había
sufrido aquella chica. Edén Neville, antes llamada Kimberly Rayder,
podía ahora mirarle a los ojos sin apenas alzar la vista. Ella debió
de haber estado haciendo ejercicio, pues le encontró algo sudorosa,
con unos ceñidos pantalones deportivos y un top con manchas de sudor
que le dejaba la mitad inferior del tronco al descubierto. Aquello le
permitió examinar una vez más el viejo tatuaje de aquel caballo a
la carrera en su espalda, que se había ensanchado junto con las
caderas. La larga cicatriz del riñón izquierdo, así como las de
sus piernas, también seguían allí. Suponía otro cambio más su
pelo, que aunque conservaba el tono tostado, era ahora bastante
corto, casi masculino. Sus antes delgados muslos habían adquirido
una notable masa muscular. Eso y su atlética figura trajeron otro
recuerdo: el de que le gustaba el deporte. Entre ellos, correr era su
preferido.
Al
menos lo último parecía seguir igual.
–Gregor
Wallace –Edén ni siquiera le miró cuando él llegó a la puerta,
limitándose a beber agua de una botella.
Gregor
no notó en la joven la menor señal de que le alegrase el
reencuentro. Predecir la fría bienvenida le habría hecho sonreír
si se hubiera presentado con un humor distinto. Únicamente en parte,
y tal vez en una menor parte, entendía por qué ella seguía
negándose a ser más agradable con él.
–Todavía
me cuesta llamarte Edén. ¿En qué idioma habéis hablado?
–Ruso.
–Ah.
–Hay
muchos rusos en Alaska.
–Sí,
algo había oído. Tu amigo casi me hace pensar que no me permitiría
verte. Parece que has encontrado a alguien que cubra tus espaldas.
–Artyom
me protege –Ahora ella le miró–. Es un buen amigo.
–¿Sólo
amigo?
–Sólo
amigo. Pero si me pica, él me rasca. Eso es todo.
–Ah
–Ahora sí, Gregor tuvo que sonreír. La sincera espontaneidad de
la joven tampoco había mutado.
–He
esperado mucho para poder hacer lo que me de la gana –comentó ella
como si le hubiese molestado la sonrisa.
Gregor
recordó con cierta nostalgia en día en el que habló de ello con la
chiquilla de catorce años en la comisaría. Una chiquilla cuyo
recuerdo de su personalidad le hacía también sonreír a pesar de no
ser entonces una muchacha muy amistosa. Revivió en su mente todos
los métodos con los que ella había intentado eludir la prisión,
unos más simpáticos que otros.
“Se
moría por crecer. Por ser una mujer –Aquello divertía y
entristecía al mismo tiempo a Gregor, quien pasaba la mayor parte
del tiempo maldiciendo no ser al menos unos diez años más joven–.
Ahora es adulta. Y, si sigue siendo como cuando le conocí, dudo que
eche de menos la juventud”.
–Lo
sé –asintió él–. Te veo muy bien.
–Tú
en cambio estás…
–¿Hecho
un vejestorio? –aventuró Gregor, sonriente.
–Bastante
estropeado. Aun para tu edad. ¿Cuantos años cargas ya? ¿Sesenta?
–Casi.
Y no duermo mucho últimamente.
–¿Va
todo bien? ¿Pareces cansado y tenso? ¿Aún te pongo tenso? –Edén
esbozó una sutil sonrisa maliciosa.
“Es
por este frío”, quiso mentir Gregor. Prefirió eludir el tema por
el momento, buscar un camino menos directo.
–¿Te
preocupa mi salud? –preguntó, aunque lo dudaba.
–Me
preocupa por qué estás aquí. ¿Cómo me has encontrado?
–He
estado siguiendo la pista de todos los supervivientes de tu internado
desde que se derrumbó.
–¿De
todos?
–Así
es.
–¿Están
todos… vivos? –Edén desvió la mirada mientras se limpiaba el
sudor del rostro, de las axilas sin depilar y del pecho por debajo
del top con una toalla, como si le incomodara el tema–. Me refiero
a los alumnos.
–Todos
lograron salir a tiempo.
–Bien.
Así que nos rastreas. ¿Te preocupas por nosotros, inspector?
–Me
preocupo. Quería asegurarme de que no os pasaba nada desde aquello.
Aun así, me ha costado un poco encontrarte a ti en particular
–Gregor echó un vistazo al lugar–. Parece que no te va mal–.
Entonces… ¿te sientes… en buena compañía? –preguntó
vacilante. La última vez que aludió al miedo a la soledad de Edén,
acabó con dolor de mandíbula. Y no sabía si ese miedo seguía
existiendo en ella. Como Edén sólo le miró con profunda
hostilidad, se apresuró a explicarse–. Lo digo por lo de haberte
mudado a otro país sola. Lejos de tu familia. Para algunos podría
ser difícil.
–Estoy
perfectamente.
Hubo
una pausa tensa.
–Cambiemos
de tema –sugirió Gregor–. ¿Monitora de trineo? ¿Por qué? ¿Por
qué dejaste la industria del petróleo? Si puedo preguntar.
–Los
animales no hacen daño a nadie –Los almendrados ojos claros de
Edén se fijaron en Gregor con una expresión peligrosamente severa.
–Entiendo.
–Y
los trineos son lo más parecido a montar a caballo que conozco.
Creía que perderme en medio del mar sería más seguro, pero me di
cuenta de que prefería la tierra firme. Más amplia. Más abierta.
Un barco es demasiado limitado. Es una jaula grande –Torció los
labios en un gesto reflexivo–. Hay una distancia importante entre
Toronto y Alaska. ¿Qué haces aquí?
–¿Es
que no puedo venir a ver si una vieja amiga está bien?
–Amiga
–sonrió Edén, entre burlona y sorprendida.
–Tú
eres la que más lejos ha terminado de entre todos aquellos chicos.
La única que dejó Canadá.
–Me
ayudaste a esconderme. Me ayudaste a cambiar mi identidad. Ya te di
las gracias por ello. Pero nuestra relación nunca fue amistosa. Para
haberme tenido tan controlada todo este tiempo, yo no he sabido nada
de ti en catorce largos años –bromeó la joven–. No me has
llamado, no me has visitado… No has venido simplemente a ver cómo
me va. Por eso me preocupa tanto el motivo por el que estés aquí.
–Me
preocupabas de verdad, Kimberly.
–¡Edén!
–Cierto.
Lo siento –Gregor comprobó que no había nadie a su alrededor que
pudiera haberle oído. Después pensó en cómo proceder. Sabía que
iba a entrar en terreno movedizo–. Mira, tu tía Amy…
–Mi
madre –gruñó Edén.
–Tu
madre. Ha estado…
Edén
le interrumpió con un resoplido. Después se dirigió al armario.
–Seguiremos
con esta conversación fuera –anunció dirigiéndose al armario.
–¿Con
este frío?
–El
frío me gusta. Y voy a necesitar aire fresco. Necesito sentir el
viento en la cara. Parece que va a ser una conversación larga. O por
lo menos desagradable. Presiento que voy a tener que gritarte, y
prefiero hacerlo donde no pueda perturbar a los clientes. Por otra
parte, las paredes tienen oídos. Mejor que hablemos en privado. Dame
un momento.
Al
ver que la chica empezaba a desnudarse allí mismo, de espaldas a él
pero en su presencia, Gregor se dio rápidamente la vuelta para salir
de la estancia.
Ya
vestida con prendas más hechas al frío y gafas de esquiador, Edén
anunció a sus compañeros que se llevaría uno de los trineos. No
había problema con eso, puesto que el campamento estaba en un
momento de descanso. Era casi la hora de comer. Gregor temió acabar
cayéndose de aquel trasto que tan inseguro le pareció, por lo que
ella le invitó a rodearle con los brazos por la cintura. Él
agradeció el agarre, aunque procurando evitar aferrarse con
demasiada fuerza. El contacto físico había sido otra cosa que a la
joven le costaba soportar, aunque no dio señales de que eso siguiese
siendo así.
–Bien,
¿qué querías decirme de mi madre? –preguntó Edén desde el
interior de su capucha, ya en plena marcha.
–Amy
ha estado buscándote desde que… desapareciste. Aún hoy lo hace
–Gregor notó cómo Edén se agitaba incómoda. Continuó
igualmente–. Oye, entiendo el motivo por el que prefieres que ella
no sepa de ti. Conozco el peligro al que podría exponerle la
información. No te pediré que cambies de parecer. Pero es difícil
tener que mentirle cada vez que me llama por teléfono preguntándome
si sé ya algo de ti. Casi parece mi mujer. Algunas de esas veces
incluso se desplazó a Toronto desde Calgary, como si esperara que al
vernos las caras le diría algo. Empiezo a creer que sospecha que le
miento. Y lo cierto es que mentirle a la cara es aún más difícil.
Aun después de haber archivado tu caso hace mucho tiempo, sigue
suplicando mi ayuda. Yo no hago más que recordarle que se acabó,
que ya hice lo posible por encontrarte, insistiendo en que ella
debería olvidarlo y seguir adelante, que insistir sólo traería
dolor a su familia. Después de tantos años, sigue creyendo que
estás viva, en alguna parte.
–Supongo
que sabe que Evan está…
–Sí.
Eso sí que lo sabe. Aunque no hubo cuerpo que enterrar.
–¿No
encontrasteis el cuerpo de mi padre? –Edén se mostró algo
molesta.
–No.
Lo siento. Si te soy sincero… tampoco quisimos indagar demasiado
tratándose de… Ya sabes.
–Me
prometiste que no volveríamos a tratar ese tema –recordó Edén
tras lo que pareció un silencioso pero doloroso momento–. ¿Vas a
sugerirme que vaya a ver a mi madre?
Gregor
negó con la cabeza aunque Edén no pudiera verle.
–Sólo
te informo de lo que ha estado pasando.
–Quizá
debiste decirle que encontrasteis mi cuerpo aplastado entre los
escombros o algo así. Quizá así me habría olvidado. Siento
obligarte a mentirle. Nada me gustaría más que Amy supiera al menos
dónde estoy. Que estoy viva. Me duele que esté preocupada por mí.
Me duele mantenerle en la ignorancia. Pero no debe saber nada. Nadie
debe saber una mierda. Fin de la conversación. Era más fácil para
mí creer que todos me habían olvidado, así que Gracias, Gregor
–Edén no estaba nada agradecida–. Muchas gracias por contarme
todo esto. ¿Hay alguna mierda más por la que hayas venido a tocarme
el coño?
“No
sigue en Alaska sólo por mantenerse a salvo tanto a sí misma como a
su familia –dedujo Gregor–. Le aterroriza volver a casa después
de lo que le pasó a su tío, su padre adoptivo. Se siente culpable”.
–Ya
no tengo casa, Edén –Como la aludida sólo ladeó la cabeza
intrigada, Gregor se explicó–. He tenido que irme.
–Pues
lo siento. Todos tenemos problemas. Espero que no hayas pensado en mí
como tu nueva amante –bromeó otra vez la joven, dejando parte de
su irritación a un lado–. Puede que me halagase que hubieses
venido hasta aquí por eso, pero…
–No
–sonrió él con poca gana–. Claro que no. No es que me haya
divorciado ni nada parecido.
–Pero
la señora Wallace te ha echado por algo.
–Tampoco
es eso.
–¿Entonces?
–Todo
ha sido decisión mía. En realidad…
–Vamos,
inspector, suéltalo.
–He
venido a pedirte ayuda.
Gregor
no podía verle la cara a Edén, por lo que sólo el brusco
enderezamiento de la espalda de ella reveló su sorpresa.
–Mi
ayuda –repitió divertida–. ¿Qué clase de ayuda crees que puedo
ofrecerte?
–He
tenido que irme de casa por mis salidas nocturnas. Por mis secretos.
Secretos que ya empezaban a preocupar a mi mujer. Cada vez me hacía
más preguntas. Le dije que debía irme un tiempo por unos asuntos
personales. Aún estoy pensando en qué explicación le daré cuando
vuelva.
–No
serás el primero que acabe así. Debiste ocultar mejor tus
infidelidades. O a tus putas. Lo que sea. Yo no me meto ahí.
–No
te rías de mí. No es eso. Creo que, desde que mataste a los
miembros del… del Consejo en Toronto, un nuevo gobierno se ha
impuesto entre… ellos.
–¡Vale,
largo de aquí!
Gregor
se vio de pronto rodando por el frío suelo blanco. Edén le había
expulsado del trineo en plena marcha, deteniendo a los perros sólo
después, con brusquedad.
–Espera
un momento –Él se levantaba lenta y dolorosamente, aún impactado
por la inesperada agresión.
–¡¿Has
olvidado por qué estoy aquí?! –Edén lanzó una bola de nieve, de
la que Gregor se protegió a duras penas–. Me mudé para alejarme
de ellos. Hasta me he asegurado de no llamar la atención en todos
estos años cometiendo delitos. Esperaba no volver a oír nunca nada
más de ellos –Otra bola de nieve–. ¡Y ahora tú me los traes!
–Por
favor, escucha…
Otra
bola más.
–Ya
he oído bastante –asintió ella, volviendo al trineo con aparente
intención de dejar allí a Gregor.
–No
te hablaría de esto si no fuera realmente importante.
–Pues
más vale que termines de hablar antes de que deje de escucharte y le
pida a Artyom que te eche de aquí a patadas –Edén se había
armado con otra bola, que no llegó a lanzar–. Cosa que hará con
placer. Y eso si no te hecho yo misma.
–Ha
habido numerosas desapariciones de bebés por toda Canadá durante
los últimos años. Así como en otras partes del mundo. Bebés,
Edén. Los padres desesperados acosan casi sin descanso y durante
días a la policía cada vez que un niño desaparece.
–¿Y
por qué me lo cuentas a mí? ¿Qué cojones hace Gregor Wallace en
este cubito de hielo en lugar de hacer tu trabajo? Son cosas que se
me escapan.
–¡Tampoco
soy inspector ya! –Gregor ya sabía que podría fácilmente perder
la calma. Se esforzaba mucho por ser paciente con Edén desde que
conoció su difícil historia. Tarea que siempre había sido
complicada–. He tenido que dejar también el trabajo por la
investigación que he estado llevando a cabo.
–¿Por
qué? –El interés parecía estar despertando ya en Edén, aunque
no demasiado–. ¿Es que no es un caso para la poli?
Gregor
asintió solemnemente.
–Desde
luego que lo es. Mis superiores frenaban o interrumpían
constantemente la investigación con cualquier excusa barata. Tú y
yo conocemos perfectamente el motivo.
–Parece
que ese caso te afecta de verdad. ¿Así que por fin has decidido
enfrentarte a ellos? Tu preocupación por mí llega tarde, de todos
modos.
–¿Cómo?
–Tú
ya conocías la existencia de esos desgraciados. Desde mucho antes
que yo. Pudiste haberme prevenido la primera vez que hablamos, cuando
me arrestasteis.
La
acusación ensombreció el semblante de Gregor.
–Tú
eres la única de los supervivientes que conoce su existencia. Es
mejor que los demás sigan sin conocerla. Ya sabes lo que podría
pasar. Sabes lo que podría habernos pasado tanto a vosotros como a
mí si hubiese ido por ahí difundiendo el gran secreto. Secreto que,
en realidad, nunca conocí realmente hasta que TÚ me lo revelaste.
Nunca supe lo que eran realmente. Lo que más mantenía mi boca
cerrada era que me mantuvieran en mi puesto bajo algo que olía muy
sospechosamente a amenaza contra mi familia. Ahora mismo me estoy
arriesgando mucho hablando de esto contigo.
–Tienes
que tener unos huevos muy gordos para venir aquí a hablarme de eso.
¡Para venir a traerme el pasado! ¿Se te ha ocurrido que nos pones
en peligro a los dos? ¿Por qué cojones no debo echarte de aquí?
¿Qué ayuda esperas exactamente de tu “protegida” Edén Neville?
–Mi
nieto es uno de los bebés desaparecidos.
–Tu
nieto –Edén no mostró demasiado interés–. Ya veo.
–Un
crío de apenas dos años. Y mi hijo ha sido asesinado también. La
misma noche en la que desapareció el niño. Al parecer luchó contra
alguien. Yo creo que pudo intentar proteger a su hijo.
Gregor
dejó que Edén rumiara los hechos un momento, mirando en dirección
al campamento mientras se alejaba unos pasos más de él.
–Así
que pretendes impartir tu propia justicia y esperas que yo te ayude
–afirmó ella–. ¿Es eso? ¿Por qué crees que han sido ellos?
–No
tengo del todo claro que sean ellos. Pero hay indicios que parecen
señalarles.
–¿Como
cuáles?
–En
muchos casos han sido forzadas a golpes puertas o ventanas que no
habría podido forzar cualquier hombre. Parece haber sólo dos
opciones: o se trata de bandas de culturistas que actúan por gran
parte del mundo o son ellos. A mí, francamente, me parece más
verosímil la segunda opción.
–Sí…
–Y
por supuesto está también lo de que mis jefes se negasen a
investigar el caso. Aunque si de verdad son esos malditos los que
están detrás de lo de los bebés, se me escapa el motivo. Por lo
que sabemos, no habían hecho nada parecido, al menos, desde que yo
conozco su existencia. Nunca habían llamado la atención de manera
semejante. Siempre habían sido muy… discretos. Tienen formas más
sutiles de hacer las cosas. Y todo esto empezó poco después de la
destrucción del internado.
–¿Y
los cuerpos?
–No
se han encontrado muchas víctimas. La mayoría suele encontrar a su
hijo desaparecido por la mañana. Sin haberse enterado de nada. Pero
las víctimas presentan normalmente brutales roturas de cuello. Y tal
vez de alguna pierna o brazo también.
–¿Ninguna
herida? ¿Nada que…?
–Nada.
¿Lo ves? Tú les conoces. Sabes cómo operan. Conoces sus
debilidades.
–Lo
dices como si hubiese sido una de ellos –gruñó Edén con sorpresa
ofendida–. Me tuvieron prisionera y me cargué a algunos, sí. Y
casi muero yo también en el proceso. Aún recuerdo el derrumbamiento
del puto internado como si fuera ayer. Estar a punto de morir
aplastada no es algo que se olvide fácilmente –añadió casi en un
susurro, frotándose la mano izquierda.
–Pero
tú…
–Si
esperabas que te diese alguna pista sobre dónde podría estar tu
nieto o qué le han hecho, has perdido el tiempo. No sé nada, joder.
Dices que todo empezó después del derrumbamiento. ¿Qué pasa?
¿Crees que es culpa mía? ¿Crees que debo asumir mi responsabilidad
y hacer algo al respecto o algo así?
–Nada
de culpabilidades. Lo único que quiero es que vuelvas conmigo a
Canadá.
–¡¿Qué?!
Debes de estar completamente ido. Me juré a mí misma no volver a
pisar Canadá. ¡Sabes lo peligroso que es para mí! Tanto porque
pueden estar buscándome como porque… no me conviene alterarme.
–Ah.
Eso. ¿Cuánto hace que no…? –empezó a preguntar Gregor, sin
atreverse terminar.
Edén
adivino lo que quería preguntar.
–Hace
años que no sufro… crisis de mierda –Siempre había hablado de
su epilepsia con dolor y esfuerzo–. Pero el riesgo seguirá ahí. Y
tú ya me estás alterando –informó con rabia, apoyándose con las
manos sobre el trineo con evidente tensión, como si intentase
contener su propio cuerpo.
–Soy
consciente del peligro al que te…
–Lo
siento, Gregor. No soy una heroína. Y mucho menos la que estás
buscando.
–Lamento
haber tenido que venir a perturbar tu pacífica vida con esta mierda,
pero eres la única a la que puedo recurrir.
–Fuera
de aquí.
–Yo
he matado a algunos también –Gregor logró despertar de nuevo
cierto interés en la joven. ¿O aquella mirada tenía más de
preocupación?–. He estado interrogando a algunos de ellos.
–¿Les
has estado cazando? –Edén le miró con sorpresa. O con miedo.
–Supongo
que puede llamarse así.
–¡¿Sabes
a qué estás jugando, viejo chocho?!
–Estoy
cerca. Sé que estoy muy cerca de saber qué demonios hacen con los
niños. Pero no sé si podré seguir solo. Cuanto más me acerco, más
se complica todo. Creo que he llegado a un punto muerto. Por eso
estoy aquí. Necesito tu ayuda.
–Fuera
de aquí, Gregor. Que yo sepa, ellos sólo tienen una debilidad. Y si
ya has matado a alguno, tú también debes de conocerla. No tengo
nada nuevo que contarte. Tienes mi respeto por seguir vivo, pero eso
no durará mucho si te empeñas en seguir con esa estupidez.
–Sólo…
–¡No!
Tu mujer ya ha perdido a bastantes miembros de su familia. ¿Y ahora
tú también le has abandonado?
–No
le he abandonado.
–Mucho
dolor estará soportando ya. Tenías también una hija, si mi cerebro
jodido no me falla.
–Así
es.
–Pues
si quieres un consejo de tu vieja “amiga”, olvida todo esto antes
de que destroces a tu mujer completamente. Vuelve a casa antes de que
acabe peor. Porque acabará peor. Es una verdadera lástima lo de tu
hijo y tu nieto, pero esta es toda la ayuda que puedo darte. Ahora
largo.
Por
los puños apretados y temblorosos de Edén, Gregor sabía que estaba
conteniendo una furia que podría estallar de un momento a otro. Ella
parecía a punto de llamar a Artyom. O de echarle de allí ella
misma.
–Nunca
les has olvidado –siguió él tras vacilar un momento. Ella le miró
con odio antes de darle la espalda–. Has pasado todos estos años
con miedo, mirando por encima del hombro. Lo noto en tu cara. En el
temblor de tu voz.
–Estás
hablando demasiado, Gregor –Edén empleó un tono amenazador.
–Y
sé lo importante que es para ti tu familia. He visto la fotografía
del jinete en pleno rodeo que tienes en la pared allí dentro.
–Basta.
–Estás
deseando volver a casa. Volver a ver a Amy. A Kaley.
–Cállate.
Te lo advierto.
–¿No
quieres que el miedo desaparezca? ¿Poder salir de la sombra de esos
malditos y vivir por fin en paz? Puede que este refugio helado tuyo
no te proteja para siempre. Seguramente ellos estén también aquí.
–Se
acabó. ¡Fuera de aquí!
Edén
se acercó a Gregor para empujarle en dirección a la carretera. Al
ver que no lograba convencer a la chica, él se vio obligado a ir por
un camino aún más abrupto.
–Me
lo debes.
–¡Oh!
Me preguntaba cuánto tardaríamos en llegar a eso –sonrió ella,
sin dejar de empujarle–. Me temo que el “favor” que me hiciste
no fue nada comparado con lo que me estás pidiendo. Porque me estás
pidiendo meterme en un juego muy peligroso. Un juego en el que
difícilmente podríamos ganar. Lo siento. No voy a poder pagar esa
deuda esta vez.
–Sabes
lo que hice por ti. Recuerdas tus crímenes, ¿no? –El propio
Gregor temía más y más lo que estaba haciendo a medida que
hablaba. Hasta intuía que sería lo peor que podía hacer. Volver a
ser agredido por aquella chica parecía cada vez más eminente. Ni
siquiera le habría sorprendido que intentase asesinarle. En el fondo
lo habría entendido. Le habría dado la razón. Ya se sentía el
cabrón más despreciable del mundo por recurrir métodos tan viles.
Más aún al utilizarlos contra esa joven en particular. Aun así,
creía necesario correr el riesgo. Necesitaba su ayuda con
desesperación–. Yo creo que lo que te pido no es nada comparado
con los secretos que he mantenido ocultos durante todos estos años.
Secretos que yo mismo tuve que destruir de forma ilícita. Ya
arriesgué mucho por ello. Y todo por una chiquilla descontrolada e
incapaz de evitar meter en problemas tanto a sí misma como a quienes
le rodeaban. Incluido yo mismo. Yo te encontré en aquel callejón
oscuro, llorando, cubierta de tu propia sangre. Sabías que no debías
volver con tu familia y te hice caso. En cierto modo sabía que
tendrías razón. Cualquier otro te hubiera devuelto a tu familia sin
más, por lo que ahora podríais estar todos muertos. Os salvé.
–Hijo
de puta… –La expresión de Edén se desfiguraba con la cólera–.
¡¿Tienes los huevos de amenazarme con eso?!
–Te
lo imploro –Gregor borró ya la severidad hostil de su faz,
deseando ahora suavizar las cosas–. He sacrificado mucho en esta
investigación.
–Fuera
de mi vista –Edén apretaba los dientes con fuerza.
–Sé
que siempre fuiste reacia a llevarte bien conmigo. Aunque ya no soy
policía, no te pido que eso cambie. Para serte sincero, eres la
última persona a la que me gustaría pedirle esto, pero también
eres la única con quien puedo contar. Te estoy suplicando tu ayuda.
–Una
súplica de lo más curiosa. ¿Quieres hablar de sacrificios? –Con
las lágrimas ya descendiendo por su rostro, Edén se quitó el
guante de cuero de su mano izquierda, dejando ver que le faltaba la
mayor parte de los dedos anular y meñique. Gregor pudo ver mejor
ahora las cicatrices de los múltiples cortecillos de sus brazos, y
especialmente las de sus muñecas, mucho mayores y visibles–.
¡¿Recuerdas tú esto, cabrón?!
Gregor
apenas pudo mantener la mirada en aquello, no porque le resultase
desagradable, sino porque imaginar lo mucho que ella había sufrido,
lo que había tenido que pasar para estar allí ahora, lograba
amedrentarle, hacerle sentir aún peor de lo que ya se sentía,
hacerle sentir sin el menor derecho a pedirle nada.
–Lo
recuerdo muy bien.
–Creo
que sé mejor que tú lo que es perder algo –Ella volvió a ocultar
sus estigmas.
–Edén,
lo siento.
–¡Fuera!
–La chica perdió finalmente todo rastro de serenidad. Le propinó
un puñetazo al ex policía con la mano derecha, haciéndole
rebozarse en la nieve una vez más–. ¡FUERA DE AQUÍ, CABRÓN DE
MIERDA! ¡LARGO!
El
agredido corrió para irse con un labio sangrando. A Edén se le daba
mejor golpear ahora que cuando era niña. Aún oía los improperios
de la enfurecida joven a muchos metros de distancia. Dolido tanto por
lo que le había hecho como por tener que volver a Canadá solo,
decidió que irse era lo mejor.
Se
alejó dispuesto a coger el vuelo de regreso a su tierra lamentando
haber viajado a Alaska sólo para levantar tensiones.
1
Gregor
Wallace volvió a la pensión en la que se alojaba. Eran casi las
once de la noche. Tras un largo y agotador día, su cuerpo sólo le
pedía recobrar energías para retomar su actividad al día
siguiente.
Siempre
procurando pasar desapercibido, caminaba despacio, con sigilo. Del
mismo modo giraba la llave en la cerradura. Lo primero que hacía
siempre al llegar a su habitación, antes incluso de encender la luz
y de entrar, era comprobar que no había nadie, que todo excepto la
cama y el baño seguía tal como lo había dejado. Esa era su rutina
desde hacía unos ocho meses. Sin embargo, esa noche se vio obligado
a actuar con normalidad, salvo porque entró sin siquiera encender
aún la luz. La que entraba por la ventana era suficiente. De
espaldas a la cama, se desprendió de la cartera. Con pulso
tembloroso, sacó con cuidado el cuchillo de su funda. Acarició el
acero mientras respiraba profundamente y, de improviso, saltó sobre
la cama con un rugido, cuchillo en alto.
–¡Me
cago en…! –El intruso, aparentemente dormido, despertó del
susto, viéndose de pronto aplastado por Gregor. La punta del
cuchillo amenazando con penetrar hasta su corazón–. ¡Gregor, soy
yo!
–¿Kimbe…?
Joder… ¿Edén?
–Coño,
¡¿estás loco?! ¡Me has dado un susto de muerte! ¿Quieres
quitarme ese cuchillo de encima ya? Me aplastas y me haces daño.
Gregor
se apresuró a encender la luz.
–¿Que
YO te he dado un susto de muerte? ¡¿Qué coño haces aquí?!
–¿Tú
qué coño crees? –Airada, Edén Neville intentaba tranquilizarse
desesperadamente antes de que se le pudiera ir de las manos–. Antes
de perderte de vista en Alaska, me dijiste que podría encontrarte en
la pensión Owl Lurkey de Surrey, si cambiaba de opinión. Bien, pues
aquí estoy.
–No
deberías aparecer así –A Gregor aún le temblaba el pulso con el
miedo que por unos instantes había sentido. Permaneció de pie, sin
guardar el cuchillo–. ¿Sabes en qué situación me encuentro?
Creía que eras uno de ellos, que finalmente me habían encontrado.
Mierda. He estado a punto de matarte. Y podría haberlo hecho sin
vacilar de no haber visto tus bragas por el suelo.
–¿Salvada
por las bragas entonces? –sonrió ella–. Ahora lo recojo –Recogió
las distintas prendas que había por el suelo–. No te importa que
me haya dado una ducha, ¿verdad? Necesitaba relajarme.
–Claro
que no –Gregor empleó un tono irónico–. Estás en tu casa.
–Ya
me parecía que esa no era una cálida manera de dar la bienvenida a
una amiga –Edén volvió a arrojarse sobre la cama para
desperezarse con un sonoro bostezo–. Debí pensar que reaccionarías
así. Y yo tampoco debí bajar la guardia. Culpa mía. Estaba agotada
después de tanto viaje.
–¿Te
importa taparte? –preguntó él, ya más calmado.
–Claro
–Edén se puso los pantalones vaqueros y el abrigo por encima de la
camiseta de manga corta escotada.
–¿Cómo
diablos has entrado?
–Parece
que eres tú el que ha olvidado quién soy, después de todo –Edén
comentó aquello con cierta sorpresa–. O quién era. Puede que esté
algo oxidada pero aún sé algunos trucos. No te preocupes: no es que
pretenda pasar las noches aquí… contigo. Sólo he cerrado un rato
los ojos esperándote. Me he hecho con mi propia habitación.
–¿En
esta pensión?
–¿Debo
entender que me quieres lo más lejos posible? –preguntó ella,
divertida.
–No
quería insinuar eso.
–Por
supuesto que la he pillado en este mismo antro. Tendremos que estar
juntos si vamos a ser compañeros, digo yo. Con un mínimo de
distancia. Eres un hombre al fin y al cabo. Largo es tu deseo como
prolongado es tu… –Con exagerados gestos de poeta, Edén miró a
la entrepierna de Gregor con una sonrisa juguetona– pigmeo.
–¡Una
poetisa! Eres una verdadera caja de sorpresas, Neville.
–Gracias
–presumió ella con una jocosa y exagerada reverencia.
–Pero
dejemos de hablar de mi pigmeo. Eres muy joven para que semejante
cacharro esté en tu boca.
Edén
se dejó caer de nuevo sobre la cama, desprevenida y muerta de risa.
–Bien
jugado, galán.
–¿Al
final has decidido venir? Francamente, no creí que lo harías. Y ha
pasado más de media semana desde que nos vimos. ¿Qué te ha hecho
cambiar de opinión?
–No
lo sé. ¿Tu talante divertido? ¿Tu agradable conversación? –sonrió
ella con malicia.
–Si
eso es una indirecta, la cojo. Ya que estás aquí… me gustaría
darte la disculpa que no pude darte en Alaska.
–Esperaba
una disculpa –Edén cruzó los brazos divertida–. Adelante.
–Fui
un auténtico gilipollas egoísta por pretender meterte en esta
guerra. Que al fin y al cabo, no es la tuya. Tú ya tuviste tus
propias batallas. Y las cosas que te dije estuvieron… totalmente de
más. Lo siento. La desesperación me cegaba.
–Bah…
Eso está superado, gilipollas. Disculpas aceptadas.
–Ahora
en serio. Seguro que no fue mi persuasiva labia lo que te convenció.
¿Qué fue?
–En
realidad no estoy segura. Tal vez soy una estúpida, pero tenías
razón.
–¿Sobre
qué?
–Necesitaba
volver. A Calgary. Por otro lado, supongo que te debo una muy gorda
por lo que hiciste tan desinteresadamente por mí. Por aquella mocosa
tonta y…
–¿Y
desagradecida?
–Y
desagradecida –aceptó Edén, sonriente–. Nunca te di las gracias
por aquello. Ahora te las doy.
–No
era necesario, niña. Ahora soy totalmente consciente de la realidad
gracias a ti. A lo que hiciste. Tú me abriste los ojos. Estamos en
paz.
–Y
claro que es mi guerra. Si sigo viviendo a su sombra, me volveré
completamente loca.
–¿Estás
decidida a correr el riesgo? Mierda, ahora que estás aquí, lamento
aún más haber ido a Alaska.
–Calla,
viejo chocho –Edén empleó un tono amistoso–. No cargues con esa
culpa. Yo lo he decidido. Puede que siga siendo algo irresponsable
pero ya soy adulta. Sé cuidarme sola. Quizá ir a Alaska fuese lo
mejor que podías haber hecho.
–¿En
serio?
–Al
menos para mí. Sin tu aparición, seguramente habría seguido
escondiéndome para siempre.
–Y
eso sí podría haber sido lo mejor para ti.
–No.
De eso nada. Lo que he hecho durante estos catorce años no era
vivir.
Gregor
abrió la boca como si fuese a soltar otra réplica. Decidió
guardársela.
–¿Entonces
has ido a Calgary? ¿Tu familia te ha visto?
Edén
se tomó una pausa para recordar. Como necesitaba hablarlo, liberarse
de algún modo, le dio a Gregor la mayor parte de los detalles.
–Así
que sí. Fui a casa –reconoció para terminar, volviendo al
presente tras el largo relato, tumbada en la cama con la mirada fija
en el techo–. Y mi familia sigue sin saber nada de “Edén
Neville”…
–Estás
decepcionada –afirmó Gregor.
–Claro
que sí –Edén se incorporó de golpe, permaneciendo sentada–.
Creo que esperaba ver aquello como era antes. Como cuando estaba
Evan. Cuando mi prima tenía… Debo de ser una tonta ilusa. Pero ha
pasado tanto tiempo sin verles…
–No,
no eres una tonta. Creo que encontrar mi casa muy distinta después
de muchos años también habría sido difícil de asimilar para mí.
¿Piensas volver a Calgary? ¿Algún día?
–Sería
raro volver a un lugar tan distinto de como lo recuerdo. Y tan…
vacío. En parte siento que ni siquiera queda ya mucho para mí allí,
que ya no pertenezco a ese lugar. Me sentiría como una intrusa en mi
propia casa. Una casa que yo misma mancillé…
–No
digas tonterías. Tu familia sigue esperándote. Seguro que Amy se
alegraría mucho si volvieras. A pesar de… todo lo que pasó.
–¿Qué
dices? –sonrió Edén–. ¿Después de no haber dado señales de
vida en tanto tiempo? Amy se pondría hecha una furia. Seguro que me
partiría la cara de un guantazo o más como cuando hacía alguna
tontería de cría. Y eran bastantes tonterías…
–De
eso estoy seguro –bromeó él.
–No
te pases.
–Que
un hijo mío al que hubiese dado por muerto durante años
reapareciese de repente tampoco me haría saltar de alegría en un
primer contacto. Aun así, le recibiría con los brazos abiertos, por
supuesto.
–Ya.
Supongo que Amy también. Pero sí, creo que debería volver. SÉ que
debería volver. Pero me cargué nada menos que a los miembros del
Consejo. No puedo volver a ese lugar. No mientras este bonito culo
pueda ser de los más buscados. Lo que podría ser para siempre,
joder. Y después de lo de Evan…
–No
te desanimes. Por desgracia no puedo prometerte que vayas a librarte
de ellos algún día, pero sí que intentaré hacer el mayor daño
posible. Y con la ayuda de Edén Neville, estoy convencido de que
será mucho daño.
–¿Te
estás riendo de mí, anciano?
–En
absoluto. Simplemente creo que serás eficiente.
–Eficiente.
Sea lo que sea que ocultes tras ese término, gracias por tener
alguna confianza en mí.
–No
oculto nada –sonrió él.
–Pero
no harás tanto daño.
–¿Y
eso por qué? –se sorprendió el ex policía.
–En
cuanto sepas algo de tu nieto o de lo que pasa con los críos
desaparecidos, cumplirás tu venganza. Después abandonarás esto.
–No
hago esto por venganza. O no únicamente. Si fuera así, no te habría
pedido ayuda. La venganza no me devolverá a mi hijo ni a mi nieto.
Simplemente alguien debe detener toda esta mierda. No tengo intención
de parar hasta que lo consiga.
–Entonces
sigues soñando más de lo que puedes permitirte.
–¿Acaso
no tienes esperanzas de vencer a esos cabrones? –se extrañó
Gregor–. ¿Qué haces aquí entonces?
Edén
resopló.
–Necesito
esto. Necesito hacerles daño, intentar salir de su lista negra de
una vez. Si te pareces algo a Evan, estoy segura de que no me
fallarás. No mientras estés empeñado en esta lucha. Él me enseñó
que un padre hace cualquier cosa por un hijo.
–Un
gran hombre tu tío –Así reconoció Gregor la verdad en aquello–.
Perdón, tu padre.
–Además
–Edén se levantó de la cama, lista para ir a donde fuera, para
hacer lo que fuera–, tengo que asegurarme de que te llevas mis
oscuros secretos a la tumba. Algo para lo que no debería faltar
mucho, de todos modos.
–¡Estamos
todos de buen humor! Perfecto. Porque podría venirnos muy bien en
los próximos días. Pero si vas a estar llamándome constantemente
cosas como viejo terminal…
–No
–rió ella–. Lo siento. A veces suelto cosas como esa sin pensar.
Tendrás que tener mucha paciencia conmigo.
–Muchísima.
Lo sé desde que nos conocimos.
–¿Cuando
te dedicabas a perseguirme como un adolescente enamorado? –se burló
Edén.
–Lo
que me recuerda que aún me debes una cartera –añadió Gregor como
quien no quiere la cosa, en un tono más bajo de la voz y sonriendo.
–¡Uuuuuuy!
Ambos vamos a tener que armarnos de paciencia –sonrió también
Edén–. Bien, Gregor, te ayudaré. Pero voy a tener que poner
alguna norma para que la convivencia funcione.
–Soy
todo oídos –Ahora cruzó él los brazos.
–Necesito
tomarme las cosas con la mayor calma posible. Así que, por favor, no
te enfades conmigo. No me grites. No me alteres de ningún modo
–Agitó el envase de sus anticonvulsivos ante Gregor para darle a
entender el motivo–. Y todo debería ir bien.
–Eh…
–¡¿Ya
vas a replicar?!
–Ede,
¿qué creías que ibas a hacer aquí? Este trabajo puede ser muy…
movidito.
–Sólo
me llaman Ede mis amigos.
–Ah.
Perdón.
–¡Es
broma, Gregy! –Edén borró la fingida severidad para volver a
reír.
–¿Gregy?
–Somos
amigos ya. Llámame como quieras. Sé perfectamente que te estoy
pidiendo mucho con lo de no enfadarte con Edén Neville. Y que esto
no será precisamente un trabajo de oficina. No soy tan estúpida.
Pero puede que tenga que dejarte lo más “excitante” para ti,
truhán.
–Y
tu mano. ¿Supone algún…?
–No.
Me apaño bastante bien con la zurda.
–Pues
fantástico. El carcamal y la budista. Vaya dos pájaros nos hemos
juntado para esto. No creas que mi cuerpo aguanta la misma marcha que
hace catorce años, niña. Esos tiempos están ya muy atrás.
–Aguantaste
la marcha que te di en Alaska, ¿no? –Edén volvió a exteriorizar
su malicia–. Aún no estás tan mal.
–Por
lo menos salí entero, sí… Aunque por poco.
–Nos
irá bien. No por echar un mal polvo tiene que salir un niño
necesariamente mal. ¿Estás conmigo?
–Interesante
pero certera reflexión, supongo. Aunque no sé si puede aplicarse a
esto. Aquí tenemos que tomar muchas precauciones, cariño –Gregor
emuló con humor un tono de galán de película, lo que divirtió a
Edén.
–Muy
certero.
–¿Quién
iba a decirme que acabaría… trabajando contigo? Con aquella mocosa
tan… difícil.
Edén
rió.
–Estoy
segura de que usas expresiones más amables de lo que te gustaría
para describirme. Habla con libertad. Ya te haré saber con un buen
mamporro si te has pasado.
–Por
eso prefiero evitar tanta libertad.
–¡Que
te atizo un mamporro, abuelo!
–¡Es
broma, es broma! –Con una sonrisa, Gregor levantó las manos en
señal de rendición–. Ya he probado ese aviso tuyo demasiadas
veces.
–Sí
que parece un chiste de mal gusto que acabemos tú y yo así, ¿eh,
Gregy? –Edén rodeó el brazo de Gregor con el suyo–. Con lo poco
que nos soportamos tú y yo. A mí, desde luego, nunca se me habría
ocurrido buscar tu ayuda si estuviera en tu pellejo. ¿Por qué
Surrey, por cierto?
–Surrey
es sólo un escondite. Algo así cómo mi base de operaciones.
Preferí esto antes que acercarme demasiado a Vancouver. Ese es mi
auténtico objetivo. Y Surrey está cerca.
–¿Qué
ocurre en Vancouver?
–He
descubierto que ellos tienen una gran actividad allí. Sospecho que
su auténtico gobierno canadiense puede estar en esa ciudad.
Vancouver puede ser el núcleo de todo.
Edén
volvió a sentarse en la cama, con aire ausente.
–Vancouver…
–¿Ocurre
algo?
–Siempre
quise ir a Vancouver. Cuando era pequeña. Hice lo posible por
llegar. Muchas… tonterías. Creo que te harás una idea. Nunca lo
logré. Ahora que por fin voy a hacerlo…
–¿Preferirías
no hacerlo? ¿Tienes miedo?
–Joder,
claro que lo tengo. Tenía la fuerte esperanza de que Vancouver fuese
a ser para mí algo así como un renacimiento. El inicio de una nueva
y mejor vida. Ahora parece más el final. Nuestra pequeña cruzada
podría terminar allí. Y no como esperamos. Si como sospechas ese es
su mayor centro de poder, lo único que deseo es correr en dirección
opuesta. Volver a Alaska.
–Yo
también he vivido con miedo durante los últimos meses. No creas que
no me gustaría alejarme también. Estar con mi mujer. Tengo más
miedo del que me atrevo a reconocer. Pero mi hijo y mi nieto me
impiden permitir que ese miedo me detenga. Hago esto por ellos, pero
sobre todo por todos los niños que han desaparecido y que aún
podrían desaparecer. No puedo volver a casa, seguir viviendo como si
nada después de lo que ha pasado. No con todo lo que ahora sé. Tú
estás a tiempo de irte si crees que esto es demasiado. Tus deudas
están saldadas.
–Y
una mierda. Yo también tengo una cuenta pendiente con ellos. No
pienso volver a huir como una maldita cobarde. Ni me gusta dejar
tirado a un amigo que me pide ayuda –Tras eso, Edén recuperó una
actitud más jovial, volviendo a levantarse de la cama casi de un
salto–. No te preocupes, abuelo cascarrabias. Aunque pienso
ayudarte todo lo que pueda, no es que tenga intención de dejar todo
el trabajo para los dos solos.
–¿Hum?
–Necesito
que me digas dónde encontrar a alguien que podría sernos muy útil.
–A
alguien.
–No
creo que haya mucho problema con eso. Supongo que es otro de tus
protegidos.
–Sea
quien sea, Edén, le pondrás en peligro también.
–No
necesariamente. No pretendo pedirle que venga con nosotros. Sólo
pedirle cierta ayuda.
–¿Qué
clase de ayuda?
A
Edén le divirtió el recelo de Gregor.
–No
te preocupará que sea también un delincuente o algo así, ¿verdad?
¿Después de buscar mi ayuda y de lo que llevas meses haciendo?
Estás actuando al margen de la ley, hombretón. Ya es hora de dejar
al Gregor policía atrás. Ahora eres como yo, un villano peligroso y
sin escrúpulos.
–Oh,
no me digas eso… –pidió él, decaído pero con humor.
–¡Cállate!
–Ella le empujó ofendida pero con humor–. Pero no, el tío del
que te hablo no es un delincuente. O al menos no lo era la última
vez que le vi. Supongo que tú estarás más al corriente de su vida
que yo. Sea como sea, no importa.
–¿Entonces
sabes cómo pedirle esa ayuda sin hablarle de ellos? Te dije que era
lo mejor que nadie más supiera nada.
–No
creo que me exija una explicación. Nunca lo hizo. Como tampoco creo
que me niegue la ayuda, de todos modos. Aunque no nos hayamos visto
desde hace tanto tiempo.
–Así
que era otro buen amigo, ¿eh? Que tampoco ha sabido nada de ti. Que
probablemente te da por muerta.
–Ojalá
hubiera podido mantener el contacto al menos con él sin ponerle en
peligro.
–Aun
así, no me convence nada que metas a otro en esto. El simple hecho
de reencontrarte con ese chaval puede ser peligroso. Si le pasa algo,
será responsabilidad tuya. Si ellos te reconocen, podrían seguirte
hasta él. Podrían haberte seguido en Calgary.
–Y
asumiré mi cagada si llega a pasar algo. Pero analiza la situación
un momento. ¿Con qué armas pretendes llevar a cabo esta empresa?
–Sólo
con este cuchillo.
–Pf…
¿Has llegado hasta aquí sólo con esa porquería de cuchillito?
–Es
discreto. Discreción es lo que más necesito. Y no me ha ido
demasiado mal hasta ahora.
–No
durarás mucho más. ¿Qué crees que es esto? Vamos a librar una
guerra, Gregy. Necesitamos algo mejor. Esta mierda de pensión a las
afueras de esta mierda de ciudad ni siquiera es un escondite real.
Algún día encontrarás a uno de ellos en tu habitación como me has
encontrado a mí. Y no le encontrarás dormido y desarmado. Puede que
mueras sin saber siquiera qué cojones ha pasado. Hasta yo podría
haber esquivado fácilmente tu cuchillito de no haberme pillado por
sorpresa. ¿Y qué coño es esto? –Edén cogió una bolsa de
plástico y empezó a sacar su contenido–. Bolsas de patatas
fritas, chocolatinas, bebidas energéticas…
–¿Has
estado cotilleando mis cosas?
–Unos
calzoncillos sucios y un poco de olor fuerte no iban a asustarme,
hombretón –Otra vez la malicia–. No iba a recriminarte algo tan
viril y tan… de soltero. En mayores guarradas he metido las manos
–La sonrisa de Edén desapareció en ese punto, volviendo a los
tiempos en los que trabajaba en el petróleo pero sobre todo a
aquellos en los que vivía esclavizada con Drake Rayder, su ahora
difunto padre biológico y el hombre al que más había odiado.
Después volvió al más alegre presente–. Y necesito saber cómo
se maneja mi compañero. ¿Con toda esta mierda es como te has
mantenido todos estos meses?
–Bueno,
es…
–Ni
hablar. Si voy a tener que confiar en que me cubras las espaldas, voy
a necesitarte en buena forma. Ágil, fuerte y bien nutrido. Un tarugo
torpe y lento tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir a esto. Ya
no tienes la misma figura que hace catorce años. Podías ser hasta
atractivo en aquellos tiempos aun para tu avanzada madurez.
–¿Podrías
dejar mi edad en paz?
–Mírate
ahora. ¡¿Qué coño es esto?!
–¡Niña!
–Gregor se quejó cuando Edén le agitó los michelines
dolorosamente–. Puede que tengamos que trabajar esas confianzas.
–¡Te
estás poniendo como un cerdo! Mañana te invitaré a una comida de
verdad.
–Prefiero
no dejarme ver demasiado por restaurantes y esas cosas. Es muy
arriesgado. ¿Crees que me mantengo a base porquerías por gusto?
–Pues
iremos de compras a supermercados y cosas así. Como abuelo y nieta.
Nada que llame la atención, creo.
–Oye,
mi hija no es mucho mayor que tú, ¿sabes? –replicó él con
humor–. No soy tan viejo y tú, encanto, tampoco eres ya tan joven
y virginal.
Edén
sonrió con ojos y boca muy abiertos.
–Así
que te gusta jugar sucio, Gregy.
–No
te hagas la tonta. Es lo que hay y lo sabes perfectamente. Aún
recuerdo que eras bastante lista a pesar de tus múltiples
estupideces.
Aún
más sorprendida por la sinceridad de su interlocutor, ella quiso
replicar. Probablemente lo habría hecho, enfurecida, de no tratarse
de Gregor y de haber encontrado qué decir. Esta vez se vio
irremediablemente vencida.
–Vale,
como padre e hija. Y ahora volvamos a lo del superviviente.
–Está
bien… –El semblante de Gregor perdió también parte del humor–.
Creo que podré decirte dónde encontrarle.
–Gracias.
–Lo
que no sé es si podré seguir ese hilarante humor que has adquirido
en los últimos años.
–No
te pases…
–En
cuanto a lo de la calma, haré también lo posible por evitar que su
Majestad se me desmaye cuando más falta puede hacerme su ayuda.
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